Historia

Lenguaje

Adiós latín hola inglés

Serranillas para el verano
Serranillas para el veranolarazon

Los disciplinados alumnos de la Logse poseen un desconocimiento universal y enciclopédico de casi todas las materias. Sin embargo, adoctrinados por los anuncios televisivos, salpican su lenguaje con vocablos británicos.
Mireya habla «fluently» la lengua inglesa, en cambio yo la castigo como Tarzán de los monos y quizás por ello siento una cierta prevención frente a ese idioma, aunque sobre todo me revuelvo contra una adoración provinciana hacia los nombres en sajón.
Siempre ha ocurrido que el poder dominante influye sobre distintos aspectos de la vida, incluyendo los culturales, pero lo que sucede actualmente no tiene antecedentes: el papanatismo ante el inglés no es hijo de la admiración por el lenguaje y la poesía de Hamlet o Macbeth, sino que es consecuencia de la percusión de marcas de bebidas gaseosas y pantalones vaqueros.
En los siglos XVI y XVII quien deseaba ser aceptado en sociedad estaba obligado a hablar español o italiano y si aspiraba a tener peso específico, el latín era de rigor; más tarde, la corte de los zares se expresó mayoritariamente en francés, lo mismo que la diplomacia de los siglos XIX y XX; todas esas situaciones suponían un homenaje a lenguas bien construidas y a culturas de altos vuelos. Ahora no se murmura la lengua de los británicos como se enseña en Eton, ni siquiera se chamulla al estilo escocés, se pronuncia a la manera ininteligible del Middle West o según los cánones de la escuela que se anuncia «aprenda inglés en tres semanas.»
Mireya, que tiene la costumbre de fisgar lo que escribo, apuntándome con un dedo inquisitivo, me espeta triunfante:
–A ver, ¿como dirías tú «sexy»?
–Pues muy sencillo, de acuerdo con el diccionario de la RAE, «sensual». Una bella palabra, que significa exactamente lo mismo, pero eufónica, que acaricia el oído y envuelve excitando los sentidos. En cambio «sexy» es vocablo duro, desagradable, provocador: el castellano es erótico, el inglés es pornográfico.
Mireya se marcha agitando su rubia melena y sin encontrar modo de contestarme, pero se revuelve y contraataca:
 –¿Y qué me dices de «glamour»? A eso no le encuentran equivalencia ni Nebrija ni Covarrubias revividos.
Me crezco y con tono humilde para no parecer victorioso, suelto:
 –«Estás intoxicada por las revistas del corazón –pobre, maltratado corazón–, que, incluso, han inventado un horroroso adjetivo: glamuroso. Tengo, en mi modestia, contestación a tu pregunta: encanto y encantador o encantadora, que en los adjetivos si cabe distinguir el género, como desean los progres ayunos de gramática.
Ya triunfante, prosigo:
 –Fíjate como describe esa voz la Real Academia Española: persona que suspende o embelesa, y también como atractivo físico. No me digas que embelesar no tiene más gancho y es más sugerente que el palabro inglés.
Mireya es luchadora y con cierta mordacidad, pregunta:
–Bueno, a ver cómo expresa «stock» y «look» el nuevo académico de Nájera.
–Sobre que mi garganta de hispano sufre con la pronunciación de varias consonantes seguidas, y la primera palabra tiene cuatro con una única vocal, si tuviera que traducirla, en general diría «conjunto», pero esa voz, en inglés, cambia de significado según el vocablo o afijo al que se une. En castellano se utiliza bien en su acepción de «depósito», que posee cuatro vocales y no parece un exabrupto, bien financieramente como «capital», que a su vez muestra tres vocales frente a cuatro consonantes, algo muy razonable.
En cuanto a la segunda –se nota que tus lecturas se centran en las vicisitudes de los denominados famosillos–, en la lengua de Cervantes se nombra «imagen que es figura, representación, semejanza y apariencia de una cosa». ¡Hala! Ahí queda eso.
Y sigo: «Menos mal que el saber popular ha transformado el absurdo ‘‘e-mail'', mala construcción de una abreviatura con un sustantivo, en un divertido ‘‘emilio'' que lo repite por eufonía y con mucho salero.»
Ya envalentonado, me extiendo en la belleza de nuestro idioma, hago alabanza de la precisión del lenguaje castellano, señalo que solamente el italiano, con «La Divina Comedia», posee como el español, con «El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha», una obra que es emblema de la lengua y cumbre de la literatura universal, me lanzo a una loa encendida de nuestra poesía y hasta me permito recitar versos de San Juan de la Cruz y de Antonio Machado. Incluso acepto que la lengua británica, mejor que su versión americana, es la actual habla vehicular, la lingua franca, el latín de nuestros días. Todo es en balde, Mireya se me queda mirando y sin darse reposo, contesta:
–Como alguna vez me digas que estás buscando un parking, me vas a oír.
Es lo que me gusta de ella, no se rinde nunca.