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A Luciano Salvador por Víctor M MÁRQUEZ PAILOS
Decano de jueces, maestro de opositores a la carrera judicial, has vuelto estos días a Silos como cada adviento para continuar esos días y años de retiro en soledad que vienes disfrutando desde que te jubilaste en tu Salamanca natal. Muchas veces me has hablado del secreto placer que consiste en no hacer nada, en perderse por los viejos caminos de Castilla o en escuchar música con los ojos cerrados. Si la vida te arrebató tan joven el amor de tu vida, tú has sabido arrancarle a ella el fruto amargo de la soledad y dejarla limpia y aireada, como arboleda que florece cada primavera. Y así ahora hallamos cobijo a su sombra quienes, más que luz, buscamos en la vida precisamente eso: sombra comprensiva, acogedora. Sombra bajo la cual nada debamos ya temer de cuantos se creen en posesión de la luz de la razón, de la verdad, de la justicia. Tú que dictaste tantas sentencias a lo largo de tu vida profesional, has dejado ya para siempre a otros la difícil tarea de juzgar y has abrazado el oficio del solitario: guardar silencio, persuadido como Machado, de que las palabras sirven muchas veces para eso, para juzgarnos unos a otros. Y, libre hoy de tu pasado, miras acaso al futuro con la suave melancolía de quien, como el poeta, sabe que no hay caminos, que vivir es hacerse un camino cruzándose con muchos otros: los trazados por las tareas que nos impone cada nueva etapa de la vida. Se acaban las tareas y la vida sigue y tú la vas viendo venir e irse desde la atalaya de tus ojos abiertos por el tiempo como surcos en la piel, como hendiduras en la roca desde donde alguien, tú mismo, mira y calla, escucha el rumor de los caminos o la sombra de las arboledas.
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