Lisboa

ANÁLISIS: El pecado original del eurogrupo por Ignacio Molina

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- ¿Por qué todavía no se ha dado una salida a la crisis del euro?
–Existe un problema de partida. Esta crisis tiene una raíz económica pero también político-institucional. Cuando se diseñó el euro y el Banco Central Europeo hace diez años no se estableció una política fiscal única. Esta pata incluye el control de los presupuestos, el gasto público o los ingresos tributarios de los Estados miembros. Europa no se dotó de mecanismos de gobierno suficientes que le permitieran actuar en las situaciones de crisis.

- ¿Qué impidió completar un gobierno económico en 2001?
–Era un proceso muy complicado que afectaba a la toma de decisiones de los parlamentos nacionales o los gobiernos nacionales. Se trata nada menos que decidir qué impuestos hay que aplicar, controlar las partidas del gasto público o qué sanciones se imponen a los países que incumplen. Lo que se hizo fue hacer unos principios generales en el Tratado de Maastricht, los denominados criterios de convergencia por los que se debía vigilar que no hubiera mucha deuda o mucho déficit y que no hubiese mucha inflación. Criterios que, por otra parte, Francia o Alemania incumplieron. La cuestión era que no había sanciones suficientes por el quebrantamientos de estos principios.

- Pero hace dos años se alumbró el Tratado de Lisboa, ¿nació muerto?
–Ha envejecido de una manera prematura. En 2007 no se avanzó por los problemas de procedimiento y por ello ahora se optará o por un anexo al tratado con las modificaciones o si se plantean muchos problemas jurídicos se propondrá un acuerdo intergubernamental entre los 17.

- Desde que surgieron los primeros problemas en Grecia, ¿ha habido una falta sistemática de respuesta?
–En 2008 se interviene en la crisis con una política de estímulos económicos, pero resulta pobre. En 2010, a raíz del elevado endeudamiento de los países, surge un problema de solvencia. Primero en Grecia, Portugal o en Irlanda aunque también afecta a Béliga o Francia. No se percibe la gravedad de la crisis porque se trata de un fenómeno asimétrico y no afecta igual a las economías periféricas que a las centrales. Grecia no sólo tiene un problema de liquidez sino también insolvencia. Tiene los fundamentos de su economía tan dañados que es incapaz de producir para cancelar sus deudas. En un primer momento los incentivos que tiene Alemania para responder a esa situación son bajos. Por dos razones, primero porque su opinión pública se opone a ayudar a Grecia, por una cuestión moral de no asistir a quien ha manejado mal los recursos públicos e, incluso, engañado. Segundo, porque paradójicamente la debilidad daña un poquito al euro pero eso mejora las posibilidades de Alemania de exportar y de financiarse. Deja deliberadamente que la situación empeore porque no le viene mal a corto plazo. Cuando ve que está en duda la estabiliadd de la unión monetaria y con ella la del el euro empieza a reaccionar. Y pone negro sobre blanco lo que quiere.

- ¿Cuáles son los principios alemanes?
–Alemania tiene una cultura económica de estabilidad de precios y de contención del BCE. Ellos entienden que no se van a beneficiar de la disposición del BCE a comprar deuda (porque no van a ser un país que la necesite) y se oponen. Mantienen el dogma de que el BCE no puede hacer políticas inflaccionistas. El segundo pilar es que las economias nacionales se ajusten al principio de «déficil 0» . Propone un modelo de supervisión por algún organismo de control.

- ¿Hay una misma visión en el directorio franco-alemán?
–Hay diferencias. Francia piensa en una gobernanza activista, con una política más integral y en la que BCE no sea tan independiente. Mientras que Alemania defiende que el BCE sea muy independiente y que sólo evite la inflacción y que sea la economía productiva la que genere crecimiento. Los franceses, además, defienden una política económica ambiciosa porque su deuda está en el punto de mira.

Ignacio Molina
Investigador principal de Europa del Real Instituto Elcano y profesor de la UAM