Kampala
«Miro a los enfermos como Jesús me mira»
Lleva más de 20 años acompañando a los desahuciados de los barrios más pobres de Uganda
«La necesidad más grande del ser humano es la de pertenencia, que le otorga estabilidad y certeza en todos los aspectos de su vida». Rose Busingye, directora del Meeting Point International (MPI) de la capital ugandesa, ha descubierto que sólo a través de ese sentido de pertenencia puede uno llegar al otro teniendo en cuenta su realidad y abrazar absolutamente su humanidad. Por eso, desde esta ONG que fundó en octubre de 1992, esta mujer que vive y bebe del carisma del movimiento Comunión y Liberación, trata de abordar el problema del sida desde una perspectiva única que contempla el valor de una persona como algo que trasciende sus circunstancias.
–¿De dónde saca las fuerzas para llevar a cabo la labor que desempeña en Kampala?
–Mi trabajo es un desbordamiento de mi relación con Cristo. Muchos piensan que una relación es algo que te hace pararte; en cambio, si esta relación es lo que da valor a mi persona, entonces es también lo que te da valor a ti. Si Dios entra en mí, con la nada que yo soy, con mis límites, mis defectos y mi pecado, puede entrar en cualquiera, porque yo no soy más digna que tú. Por eso todo lo que hago: cuidar de estos enfermos, darles medicina, acompañarles, hablarles...
–¿Cómo se concreta ese trabajo en el día a día?
–Nosotros llevamos distintos proyectos que incluyen reparto de medicinas a enfermos de sida, cuidado de niños huérfanos como consecuencia de esta enfermedad, enseñanza, visitas, grupos de oración y de apoyo... Intento mirar a las personas con la misma conmoción que siento cuando me sé mirada por Cristo.
–¿Belleza en medio de tanto sufrimiento?
–La mayor dificultad es la muerte, y nosotros acompañamos a la gente, ayudamos a cada persona a traspasar la apariencia de muerte y entrar en la Verdad. Es importante comprender qué es la muerte, que no es un castigo: hay que pasar por la muerte para llegar a la resurrección.
–Habla de la muerte con naturalidad. Supongo que en Kampala, la miran a la cara cada día.
–En Uganda hay 1.200.000 de personas con VIH; 150.000 son niños. Con esta enfermedad, hay gente muriendo a diario. Sin embargo, es un privilegio estar al lado de alguien que muere. Porque cuando muere, entra en presencia de Cristo. En África se dice que nadie muere, porque cuando alguien lo hace, se hace más evidente que está en presencia de Dios. El miedo viene de la apariencia.
–Este temor no se ve en los más pequeños.
–Es increíble lo que ocurre en Kampala. Nosotros jugamos con los niños, les damos clase, le enseñamos a cantar, bailamos juntos... Y cuando sus padres ven esto, les dicen: «¡Enseñadnos! ¡Nosotros también queremos aprender!». Es una felicidad contagiosa. Todas las organizaciones de lucha contra el sida que ven el Meeting Point creen que nuestra alegría se debe a que recibimos medicamentos especiales, cosa que no es verdad. A veces la gente duda de que estén realmente enfermos. Cuando uno vive así, se siente mejor, y entonces empieza a cuidar de los otros. De ahí nace algo muy hermoso. Todos se empeñan en prevenir más infecciones, y luchan por proteger la vida porque saben que la vida tiene un valor. Este es un efecto que no puede obtener el preservativo.
–¿El preservativo no es la solución?
–Insistir en el uso del preservativo como medio para acabar con el sida es un error. Es una falsa seguridad, no previene un comportamiento: es una trampa. Es necesario encontrar a personas que empiecen un cambio de comportamiento. Y a los demás, decirles: «Cuidado, que te engañas». Es una cuestión de educación. Uno tiene que preguntarse: ¿qué valor tiene la vida, el amor? Y si uno a esto contesta que ninguno, entonces se engaña y trata a los demás como si fueran cosas.
Mucho más que cifras
Cuando se le pregunta por cifras, Rose arruga la nariz. «Entiendo que me preguntes esto, siempre venís buscándolo». Saca un tríptico del Meeting Point y me lo entrega. «Lo más importante de esto es que detrás de cada número hay una persona, hay un valor infinito». ¿Los datos? 2.500 enfermos de sida bajo su cuidado. 2.000 huérfanos de entre 0 y 25 años. 58 personas cuidando a los enfermos. Una casa con 68 niños con «cuatro mamás», dos médicos y cuatro enfermeras. Para hacerlo posible, donaciones anónimas, asociaciones y apoyo público.
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