Roma
«A Roma con amor»: Cría fama
Dirección y guión: Woody Allen. Intérpretes: Jesse Eisenberg, Woody Allen, Roberto Benigni, Penélope Cruz. EE UU-España-Italia, 2012. Duración: 112 minutos. Comedia.
Una paradoja: «A Roma con amor» es una oda a la privacidad hecha desde la más absoluta exposición. El espectáculo turístico de las postales de la Ciudad Eterna, la sublimación exótica de los estereotipos de la Italia de la ópera, la pasta fresca y la mamma mia, y la explotación inmisericorde de los chistes del choque de culturas (el mercantilismo y la intelectualidad neoyorquinas frente a la pasión y la sinvergonzonería romana): no hay más donde rascar. Es el paisaje de «Celebrity» teñido de la luz anaranjada que baña ese paseo mediterráneo de Allen que parece no tener fin.
El director de «Annie Hall» se identifica con el hombre corriente (Roberto Benigni) perseguido de la noche a la mañana por los medios, protagonista inmerecido de un infierno cotidiano con fecha de caducidad. O se identifica con ese tenor que sólo sabe cantar como los ángeles bajo la ducha, sin más oyentes que su familia. A Allen le gustaría hacer cine separado por una cortina de sus críticos, enfrentado a ese deseo maníaco por trabajar que nos da una de cal («Midnight in Paris») y otra de arena (la que nos ocupa), no se siente obligado a elevar el listón.
Fiel a sus clásicos, pretende hacer su versión de las comedias de episodios que proliferaron en el cine italiano de los sesenta. Le sale amorfa, arrítmica, atolondrada: el «sketch» de Penélope Cruz es prescindible, el de Benigni, es pura anécdota, y el de Jesse Eisenberg flirteando con la infidelidad, con Alec Baldwin como pesadísimo Pepito Grillo, es típico del Allen serio y se encuentra algo desplazado en una película declinada en clave de comedia. Algo más afortunado es el que se reserva como protagonista, encarnando a un explotador del talento de su futuro consuegro. Contemplar cómo pisotea su imagen de intelectual judío convirtiéndose en una parodia del capitalista insensible –sin llegar al extremo del violento republicano de «Todo lo demás»– aún nos hace reír.
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