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La Biblia del soldado por César Vidal

La Razón
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En 1642, el Parlamento inglés alzado en armas contra el rey Carlos I ordenó la impresión de un curioso libro llamado «La Biblia del soldado». Encuadernado en cuero para que aguantara el efecto erosivo de la lluvia y el sudor y pudiera guardarse contra el pecho, se trataba de una selección de textos de las Sagradas Escrituras agrupados en temas. Todos ellos, sin embargo, presentaban una característica común y era que tenían que ver con el comportamiento que se esperaba de un soldado en medio de aquella guerra civil. De manera bien significativa, el primer apartado señalaba, apoyándose en citas bíblicas, que el primer deber de los soldados era mantenerse apartados de cualquier «conducta inicua». El saqueo, la violación, la crueldad, el maltrato de prisioneros era lo primero que había que evitar. A continuación, la obra iba desgranando distintas obligaciones, como mantener el orden, confiar en el Señor a la hora de entrar en combate, no entregarse a la borrachera y a la prostitución y un etcétera ciertamente jugoso.

He repasado las páginas de la Biblia del soldado una y otra vez porque creo que en este tipo de documentos se muestra el alma de un pueblo. El puritano Cromwell había formado un nuevo tipo de ejército que se enfrentaba con el monarca para defender la libertad de conciencia, la libertad de representación o la propiedad privada. Pero no deseaba destruir sino evitar que el despotismo aniquilara lo ya levantado. En «La Biblia del soldado» se percibe que en aquella Inglaterra reformada el número de alfabetizados era muchísimo mayor que en la España aún hegemónica donde nunca se ponía el sol, pero sobre todo se ve que Dios estaba al lado, no de los déspotas que desangraban al pueblo, sino de éste contra los tiranos. En esa misma fecha, España era regida por un necio frívolo llamado Felipe IV y se encaminaba al desastre de los gloriosos Tercios en Rocroi. Inglaterra, impulsada por los puritanos, se dirigía a derrotar y decapitar a Carlos I. Nunca levantaríamos ya la cabeza mientras que la isla seguiría su camino como gran potencia. Es para pensárselo.