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Las reservas hídricas son ahora oro en paño
España ha entrado en un período seco. El anterior lo vivimos durante 2004 y 2005, cumpliéndose así la recurrencia histórica de sufrir años secos cada 6 o 7 años. La secuencia nos es conocida: se suceden unos meses de otoño e invierno con precipitaciones inferiores a la media, los suelos se agostan y empezamos a ver un paisaje menos verde de lo normal. Lo probable es que los campos estén ya secos al inicio de la primavera si sigue sin llover y las temperaturas se mantienen por encima de lo normal. Estamos ante a una sequía que, de momento, es estrictamente meteorológica.
Con las alertas ya desencadenadas y todos los indicadores de lluvia y humedad de suelo señalando el comienzo de un período seco, debemos ir adoptando decisiones sin saber si la sequía será leve o extrema. Si es leve, las consecuencias se habrán sentido en las siembras de secano y en el ganado que se alimenta de los pastos, y posiblemente aumente el riesgo de plagas e incendios en los montes. Pero disponemos de seguros agrícolas que cubren a los agricultores y ganaderos parte de los daños de la sequía, y se pueden reforzar los medios de lucha contra incendios. Una sequía es grave cuando el periodo con precipitaciones por debajo de la media se prolonga en el tiempo, y muy grave si el período seco dura dos o más años. La sequía iniciada en 1992 duró tres años y tuvo consecuencias gravísimas en la mitad sur de España, con daños que se valoraron en unos 3.500 millones de euros. Entre 2004 y 2008 la sequía que afectó a la cuenca del Ebro tuvo un impacto importante que hemos valorado en unos 1.600 millones de euros en un estudio para la UE. Ahora debemos prepararnos más para mitigar los peores impactos sociales y económicos.
Las reservas de los embalses están sólo ligeramente por debajo de la media de los últimos 10 años, lo que nos da una cierta tregua y tiempo suficiente para poner en marcha todos los instrumentos que tenemos. A partir de ahora, la gestión del agua debe hacerse al milímetro, analizando semana a semana la situación de las reservas y las demandas. Aunque disponemos de los instrumentos jurídicos y técnicos adecuados para afrontar situaciones de sequía, los ciudadanos podemos hacer mucho en el día a día extremando el uso del agua en el hogar, lugar de trabajo y en el riego de plantas y jardines. En el ámbito económico, resulta esencial priorizar los usos más productivos. Podemos dejar de producir los productos de mayor huella hídrica y menor valor económico, como los cereales, los forrajes y las semillas oleaginosas, importándolos de otros países. Una tonelada de trigo cuesta poco más de 200 euros, pero producirla en regadío necesita más de un millón de litros de agua.
La Ley de Aguas permite las transacciones voluntaria de recursos entre usuarios. Puntualmente, estos intercambios ayudarán a que algunos usuarios adquieran recursos de otros que los necesitan menos. Sin embargo, el mayor potencial para afrontar un período seco de larga duración se nos ofrece reduciendo o prescindiendo por completo del riego de los cultivos de menor valor. Los sistemas de abastecimiento urbano deben poner en marcha sus protocolos de sequía, y los ciudadanos estar bien informados y actuar responsablemente. Pero, con todo, el foco y la atención debe ponerse ahora en la agricultura de regadío. Con prudencia y sentido común evitaremos los daños de una sequía leve y estaremos mejor preparados para afrontar una sequía extrema. Nadie sabe la que nos caerá en suerte esta vez.
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