Estreno
El Gordo y el Flaco ineptos S A
El conflicto de pareja era el pegamento de su relación, junto a una capacidad sin límite para sacar de quicio.
Si hubiera que nombrar a la pareja más famosa de la historia del cine, qué duda cabe que sería la del Gordo y el Flaco. Desde 1926 hasta 1952 compartieron los neones del éxito y la fama internacional. Es difícil encontrar otra pareja de Hollywood más fiel y estable que la de estos dos cómicos que compusieron en la pantalla la imagen imperecedera de la amistad y el compañerismo, pese a pasarse la mayor parte del tiempo peleándose como dos niños.
El Gordo representaba el personaje arrogante y altivo, con un yo ridículamente infatuado, al modo del clásico sabelotodo del vodevil; mientras que el Flaco, que en la vida real escribía los gags y producía las películas, interpretaba con una mímica delicada el papel del tipo pusilánime y malapata. El pobre Laurel era quien se llevaba siempre las reprimendas de Hardy, enfurecido ante su incapacidad de hacer una a derechas.
El conflicto de pareja era el pegamento que unía a esta ingenua pero destructiva pareja de cómicos. Cuando el imperturbable Ollie comenzaba a enrollar su corbata de forma nerviosa y Stan se rascaba la cabeza como un chimpancé y gimoteaba, el público sabía que allí se mascaba la tragedia. Las peleas de la pareja, al estilo «slapstick» de los dibujos animados, eran antológicas. De una crueldad y desmesura paralela a la nimiedad del motivo desencadenante. Todo comenzaba de la forma más feliz. El Gordo y el Flaco representaban a dos policías o a dos pacíficos fontaneros dispuestos a realizar su cometido, cuando un ligero incidente desataba un conflicto de dimensiones imprevisibles.
En algunas situaciones destrozaban literalmente el coche del vecino, pieza a pieza, consiguiendo del desconcertado oponente que se revolviera contra ellos, en una escalada de crueldad sadomasoquista inusitada. Este efecto cómico lo llamaron «tit-for-tat» (esto por aquello), fundamento de su salvaje sentido del humor. Las películas del Gordo y el Flaco eran comedias familiares, y por lo general su oponente, ya fuera el pacífico vecino o quien les encargaba arreglarle un grifo que goteaba, solía ser James Finlayson. Un hombre diminuto, con bigote cepillo, calva portaviónica y una mirada aviesa, a quien sacaban de quicio involucrándolo en su infantil delirio destructivo. Cualquier pretexto era bueno para comenzar una batalla campal que se recrudecía hasta extremos de una violencia impensable en el cine cómico de Chaplin o Buster Keaton. Pues el Gordo y el Flaco eran dos pacíficos personajes de una ineptitud que rozaba el surrealismo. El público los adoraba porque eran tan patosos e incapaces como «Pepe Gotera y Otilio, chapuzas a domicilio», modelo «paleofriqui» de los «Dos tontos muy tontos» de los hermanos Farelly.
Dos veces dos
En España se les conoció por «El Gordo y el Flaco» porque resultaba difícil distinguir a Stan de Oliver. Una de sus cintas más felices fue «Twice two», en la que ambos interpretan a dos matrimonios que se reúnen para su cena de aniversario. El gordo aparece casado con Fanni Lauren, sosias femenino de Stan, y la esposa de éste es una altiva y neumática gordita, con un pedazo de diadema, idéntica a Oliver. La cena no puede acabar peor: a pastelazos. Este filme es el ejemplo de que los conflictos cinematográficos del gordo y el flaco estaban planteados como peleas de enamorados. Aunque utilizaban el travestismo, la característica más sorprendente de la pareja era la naturalidad con la que se iban juntos a la cama en pijama, sin que despertaran la menor sospecha de incorrección. Se daba por sentado que, en la ficción, eran una pareja estable, aunque sus matrimonios reales fueran un desastre.
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