Valladolid

Negritas en la Historia

La Razón
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En 2008, recién nombrada para lo que hoy es, tuve que presentar a Sáenz de Santamaría en un encuentro de verano. Se ha impuesto la certeza de que ningún carácter capaz de atravesar el arco voltaico de acceso a los libros de historia se ha forjado tras la Transición y el golpe. Así que abrillanté su buen currículum académico con tal exigencia: dijimos que, cuando apenas contaba con diez años de edad, la portavoz parlamentaria cogió un autobús desde su Valladolid natal y se presentó el 23-F en la Carrera de San Jerónimo, llegando incluso a conminar a los golpistas para que depusieran su actitud. Esta generación, la que va en vaqueros al Congreso, está necesitada, pese a su aseo intelectual y profesionalidad, de gestas.Y si las gestas no vienen, se va a buscarlas. La falta de impronta generacional queda subrayada en la muerte de Marcelino Camacho. A éste, viniendo del acantilado del franquismo, nadie tuvo que inventarle un tercero sin ascensor hasta los noventa para impostar un íntimo liderazgo obrerista, que a últimas ya apenas disfrutaría su mujer. Como en su caso, los prestigios pueden empezar huyendo a Orán para despertar a la libertad, pero se solemnizan cuando los amigos y los enemigos acaban pensando lo mismo de uno. Por encima de la ideología del tiempo en el que les tocó vivir, está la cualidad moral de las personas. Nuestra generación disfruta de la democracia como un don regalado y así no hay manera de ganarse unas negritas en los libros de historia.