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Tarjeta roja por Alfonso Merlos

La Razón
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Inexplicablemente, un hombre que conoce de Justicia como Garzón parece no haber entendido una de las viejas máximas del barón de Montesquieu: la ley debe ser como la muerte, que no exceptúa a nadie. Y la ley regula también las actuaciones y actividades de don Baltasar. Por nobles o elevados o distinguidos o loables que sean los fines que persigan esas actuaciones y esas actividades. ¡¿O es que es el único magistrado embarcado en altas misiones de Estado?!

Aquí no hay linchamiento ni persecución, ni obsesión ni cacería ni conspiración orquestada por los poderes fácticos conservadores para liquidar la carrera de una toga incómoda. Esa toga, parafraseando a Conde Pumpido, ha buscado mancharse, no ha jugado limpio. Se ha ganado a pulso la expulsión y no ha dejado margen de maniobra al árbitro. Por mucho que la cofradía de la zeja eche el resto denunciando que el colegiado está comprado, que se le ven los colores y que al final los marrulleros de la Gürtel se van de rositas. ¡Pero si todos han visto pena máxima, sin moviola! No se ha ventilado en este caso si eran más o menos corruptos los que trapicheaban y traficaban en Madrid, Valencia y otras partes de España parasitando los núcleos de poder del PP. Tampoco el Supremo está deliberando en otro de los procesos abiertos contra don Baltasar si el régimen de Franco fue más bien totalitario o autoritario. Lo que se dirime es la protección de las más elementales y sagradas leyes que vertebran la democracia española o su vulneración por parte de quien, irónicamente, tenía la obligación de aplicarlas. Es tan simple que terminará comprendiéndolo hasta Pilar Bardem.