Educación

La buena educación por José María Marco

La Razón
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El proyecto de reforma educativa que ha dado a conocer el ministerio se decide por fin a emprender el buen camino. Desde los años setenta han predominado los mitos pedagógicos acerca de la espontaneidad del aprendizaje, lo que ha bloqueado la transmisión de conocimientos y, en realidad, el desarrollo del estudiante. Por otra, se ha producido una saturación de ideología que ha convertido la enseñanza en un instrumento al servicio de un proyecto político de igualitarismo social.
El proyecto de reforma de José Ignacio Wert no pretende restaurar nada ni aspira a imponer ninguna alternativa ideológica. Se inspira en el sentido común y plantea con claridad un reto al conjunto de los agentes sociales que ahora van a negociarla. Se trata de saber si somos capaces de llegar a un acuerdo para superar el fracaso al que nos han conducido los experimentos de estos años. Algunas de las grandes líneas del proyecto son excelentes, en particular la que simplifica el número de materias optativas y amplía las básicas (esperemos que se dé algo de importancia a la redacción y se deje de hablar de España como un fracaso) y la que deja de considerar la Formación Profesional como una vía de segunda categoría, destinada sólo a los fracasados, siendo así que constituye una formación con tanta dignidad y tan útil como la que lleva a la Universidad. El socialismo tiene estas paradojas: en vez de potenciar la FP como una vía educativa propia, llena de posibilidades, a punto ha estado de destrozarla en nombre de la igualdad… Resultado: 30% de fracaso escolar en la ESO y 53% de jóvenes sin trabajo.
Hay dos puntos en los que el ministerio se podría mostrar un poco más ambicioso. Recuperar un porcentaje de los contenidos va en la buena línea y se debería poder conectar con la corriente de opinión pública que respalda este tipo de decisiones, compatible, por otro lado, con la autonomía de las comunidades. En el cálculo del ministerio entran sin duda los mecanismos de evaluación externa para el control del proceso final, unos exámenes que se iniciaron en Madrid, con un esfuerzo inmenso. No estaría de más que se empezara también a recuperar, con la dignidad y la autoridad que requiere, la figura de la inspección, dinamitada en los años 80.
El Bachillerato de dos años, por otro lado, no solucionará uno de los problemas de fondo. Es demasiado corto para unos jóvenes que se enfrentan a una competencia global, a estudiantes de países en los que el Bachillerato es más largo y tiene más importancia formativa. En dos años no da tiempo a hacer nada serio. Hay poco dinero, pero éste debería ser un punto estratégico de la reforma, uno de esos elementos alrededor de los cuales se organiza casi todo los demás.