Economía

El misterio de Antonio López

La Razón
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Desde el advenimiento de la democracia, los gobiernos han hecho concesiones materiales y honoríficas a las autonomías con mayor prurito separatista, lo cual ha suscitado en las tales un narcisismo nacionalista que mira con humillante desdén a otros puntos de la Península. «Lo manchego» y «lo mesetario» ocupan un estrato muy bajo. Pero Antonio López, Pedro Almodóvar y yo, nos preciamos de ser manchegos. Objetivamente, yo me sitúo en un segundo plano, pero Antonio López, por ejemplo, de renombre internacional –como en el caso de Almodóvar– es el difusor de una corriente estética que ya roza el tópico, porque los imitadores no han descubierto el verdadero secreto de este mi admirable paisano. Sentimientos a flor de piel.

Más sentimiento que estilo

Antonio López ha ignorado, voluntariamente, todo de las históricas vanguardias, pero no para pintar con la enjundia academicista y formalista de un clásico cualquiera. Más sentimiento de la realidad que afectada enjundia de estilo. Antonio López une una técnica magistral a una suerte de humildad franciscana, sometida y obediente a cuanto le quiera encomendar «La Regla». Mas esta regla, monacal y reflexiva, está en su cabeza. Y con un ojo semejante al sistema lenticular de una cámara manufacturada, pero es humana facultad la suya. La cámara real no tiene sentimientos, pero la privada y particular de Antonio López los tiene a flor de piel y revela el más hondo psiquismo. Ésta es la superioridad del hombre sobre la máquina. La trasciende, la nutre de un sentido profundo, de un hondo psiquismo y de un hechizo misterioso. Esto es lo moderno y aun «lo posmoderno» de Antonio López.

Yo trato de simplificar el mensaje y usar de un cierto comparatismo, mostrando fenómenos paralelos en el tiempo y en el espacio. El cuadro que representa a «Carmencita jugando» en la azotea al anochecer nos remite a emociones y sentimientos muy parecidos a los del film «El espíritu de la colmena», de Víctor Erice. Su «Gran Vía», al amanecer –sin un viandante ni un coche a la vista– no es una «vedutta» al estilo clásico, sino un modelo de calle, «sumergida en la eternidad». Esto es una propuesta inédita en toda la pintura española, pero tan española, al mismo tiempo, como un bodegón de Sánchez Cotán. Esa atemporalidad mística y metafísica de su «Gran vía» ha tenido tal impacto que otro cineasta español, Amenábar, ha tratado de utilizarla en otra visionaria película.

Con esto quiero resaltar la novedosa contemporaneidad del pintor, su compleja propuesta sensorial, al margen de toda escuela conocida, cuya lente personal y analítica le permite esa mirada de estupor ante la compleja, enigmática y áspera realidad, como el bullicioso «cementerio de los vivos». La hondura psíquica del pintor hipnotiza y estremece al público más profano.