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Semana de decisiones

La Razón
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Esta es una semana de graves decisiones. Se le reprochó a José Luis Rodríguez Zapatero que había tomado pocas o que dudaba o se retrasaba en las de ámbito socioeconómico. Pero lleva ya un tiempo que, cual San Jorge, montado en su caballo blanco, intenta alancear una y otra vez al infame dragón que, a sus pies, resucita y se levanta lanzando sus azuladas llamas contra el caballero. En esta aventura el dragón no será destruido y alterará la leyenda. La aceleración de estos últimos días tal vez se deba también a la próxima visita con la que nos regalará la dura canciller alemana, más cercana al dragón que a San Jorge. Pero los españoles se han visto alterados desde múltiples ángulos y alguno de ellos ha de resultarle muy próximo. Estamos dándole vueltas a lo de los sesenta y siete años, número mágico que defiende con ardor el Presidente, aunque gracias a CiU ha sido rodeado de un laberinto de reservas que auguran un complejo desarrollo de ley. Nadie sabe, cuando escribo esta nota, si evitará otra huelga general, anunciada con reservas y que a nadie conviene, ni siquiera a nuestros tan razonables sindicatos. La decisión no deja de ser trascendental, puesto que de ella dependen nada menos que nuestras pensiones, las de nuestros hijos y hasta las de nuestros nietos, si es que todavía dura el recuerdo de aquel Estado del Bienestar de tiempos gloriosos. Pero conviene acelerar planes y leyes para dejar sin argumento a los malévolos mercados que nos aprietan, aunque todavía no nos ahoguen. Adquieren, sin embargo, la forma de dragón. Se nos aparecen como una inmensa legión de parados, un incremento de la inflación y nos alejan de la futura y hasta probable buena salud de otros países europeos.

En estos mismos e inquietantes días, Elena Salgado, la dama de las finanzas, se ha lanzado a ejecutar una idea que venía anunciándose desde hace años: la voladura controlada de las cajas de ahorros hasta convertirlas en bancos. Poseíamos, se dijo no hace tanto, los organismos financieros más sólidos del mundo, porque el Banco de España habría velado por su eficacia. Y no tuvimos, en el momento álgido de la gran crisis, que recurrir a ayudas tan descomunales para salvar algunas instituciones financieras, como sucedió en los EE.UU., ni a su nacionalización, como en la Gran Bretaña (que no acaba de levantar cabeza, pese a estar fuera del euro y manejarse a su aire con la libra). Llegó primero la obligada fusión de aquellas entidades y, ahora, suenan ya los clarines demandándoles mayores exigencias de liquidez que a los mismos Bancos. Tampoco se ha decidido si evolucionaremos desde el 8% hasta el 10% de billetes en las cajas fuertes. Tal vez todo ello sea contemplado con buenos ojos por el dragón, pero no cabe duda de que no ha de permitir, antes al contrario, el acceso a créditos a las pequeñas y medianas empresas y aún menos a particulares. Ganaremos credibilidad, pero nos va a costar muy cara. Para hacer caja, se habla ya de que determinadas instituciones habrán de vender a precio de saldo propiedades que caerán en lo privado, nacional o internacional, de cuantos siguen al acecho, enriqueciéndose gracias a la crisis. El capital tiende por naturaleza a concentrarse en menos manos y, a la vez, se defiende la tesis de que los que menos tienen han de tener menos todavía. Pese a las diferencias, esta crisis, en la que actúa también el presidente estadounidense, interesado en disminuir su paro, tiene ya los signos y la virulencia que leímos en la del «crac» de finales de la década de los años veinte del pasado siglo.

No estamos solos ante la desgracia. Pero conviene ser conscientes de que Europa ya no puede ser lo que fue, ni lo que se creyó que era. En sus mismas narices, en el Norte de África, está iniciándose un movimiento de imprevisibles consecuencias. Se dijo que lo de Túnez era fruto europeizante, algo parecido al mayo del 68 francés, dada la influencia que la antigua colonia parecía ejercer. Pero si cuajara –algo menos probable– el movimiento en Egipto, también laico en principio, fruto de los nuevos medios de comunicación, el vacío que podría producirse, lo ocuparían tal vez islamistas radicales que están por ahora callados, aunque al acecho. Palestina sigue siendo problema irresoluble y un ejemplo más de la menor influencia estadounidense en la zona. Lo lógico sería que Europa moviera ficha u obligara a la Liga Árabe a definirse, porque Israel e Irán van por su cuenta. Por otra parte, el abandono de Irak por las tropas norteamericanas deja la región a la intemperie y el petróleo por las nubes. En esta semana no han faltado noticias propias y ajenas, si es que pueden desgajarse unas de otras. El mundo sigue siendo ancho, pero no ajeno, como apuntaba en el título de una sus novelas Ciro Alegría, ni España puede reducirse a Esperanza Aguirre, como sabe muy bien Álvarez Cascos. CiU está adecentando su casa para que le resulte confortable al próximo inquilino de La Moncloa. No todo el pescado, pues, está vendido y vendrán, seguro, tiempos peores que el jinete del caballo blanco intentará solventar a su aire, buscando siempre aliados más o menos infieles. Pero oiremos rugir al monstruo, la fiera corrupia, la semana próxima y las siguientes. Aquello que comenzó hace ya más de tres años, va para cuatro, nos dará nuevos sustos. El alanceador ya no se arredra: desbroza el camino a toda prisa, caiga quien caiga. Se lo demandaron y está en ello.