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La Razón
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De joven trepé a las torres de la Sagrada Familia, admirándome las ventanas ovales y los retorcimientos en racimo de sus estructuras. Antonio Gaudí fue un santo laico de los que tanto necesitamos ahora. Supongo que creía que no encontraba a Dios en la línea recta y le brindó a Barcelona sus más significativos edificios hechos de volutas hacia el cielo. Su austeridad era absoluta, como su compasión por los más pobres. Lo atropelló, matándole, un tranvía y era tal el desastre de su indumentaria que, careciendo de documentación y de dinero lo tuvieron en la morgue a la espera de poder ser identificado. Décadas después una tuneladora avanza hacia los cimientos de la Sagrada Familia, que aún está sin terminar. Gaudí dejó toneladas de planos y dibujos de esta obra pero no la pudo finalizar. A Maleni se le ofreció llevar el AVE a Barcelona por la costa o por el centro raspando la obra de Antonio Gaudí. No creo que Mrs. Aviaco pretendiera que se cayera la obra de Gaudí, pero estando en una zona de ramblas subterráneas el peligro que Gaudí vuelva a morir es bastante alto. Una vez Felipe González atracó a bancos y empresas para finalizar de una maldita vez la catedral madrileña de La Almudena. Cuando lo invitaron a inaugurarla el pueblo lo abucheó. Somos así. Es un misterio que las fuerzas políticas catalanas no decidan aunque les duelan las muelas, con el dinero que gastan, terminar las obras de la Sagrada Familia. Estarán esperando a que llegue la tuneladora del Ministerio de Fomento de Pepiño Blanco y derrumbe un monumento Patrimonio de la Humanidad, porque Gaudí era católico a su manera y mucho más socialista que ellos.