Roma
Vuelve la extrema izquierda: disección de un instante
Sólo falta escuchar los ladridos. En el suelo un hombre, con un casco a punto de caérsele de la cabeza, tal vez derribado por el adoquín blanco que hay junto a su rodilla derecha, aguanta como puede la embestida de la turba.
Por sus ropas sabemos que es un agente de las fuerzas de seguridad. Se abalanza sobre él una veintena de encapuchados, como una jauría de perros salvajes a punto de devorar a su presa. Llaman especialmente la atención dos elementos de la imagen: junto al hombre arrodillado hay un joven con barba y pelo rizado, medio agachado. No intenta agredir al policía, sino que parece querer salvarle del ataque. Es el único personaje de la escena que ha elegido mostrar su rostro, ahora descompuesto por la situación. Mirándolo con atención descubrimos por qué estaba allí: en la mano izquierda tiene un teleobjetivo y sobre su chaqueta gris se ve la cinta de lo que podría ser un bolso propio de un fotógrafo.
El segundo elemento inquietante de la imagen puede pasar más desapercibido. Algunos diarios incluso lo han señalado con un círculo rojo al publicar la fotografía en sus portadas: con la mano derecha el agente empuña un arma. Es una Beretta 92, la pistola semiautomática reglamentaria de las policías y los ejércitos de medio mundo. Parece estar a punto de usarla: aunque apunta hacia el suelo, el dedo índice de la mano derecha de nuestro protagonista está posado sobre el gatillo. Sus intenciones no están claras: ¿Ha desenfundado la pistola sólo para intimidar a sus agresores? ¿Pretender encañonarlos o disparar al aire para ahuyentarlos? ¿Existe algún otro motivo para sacar el arma?
Las otras fotografías que forman parte de la serie a la que pertenece esta imagen aclaran un poco la situación. En ellas vemos cómo uno de los encapuchados tiene en una mano unas esposas y en la otra un porra. Parece que se las ha quitado al agente agredido, aunque no llega a usarlas. Como un maniquí más de los escaparates de las tiendas de moda que forman el escenario de fondo de la imagen, observa estático los golpes que le llueven al policía y la carga de uno de sus compañeros para intentar salvarle. Luego se sabrá que el encapuchado que robó el material policial era un muchacho de 16 años criado en uno de los barrios más exclusivos de Roma.
Muy cerca del drama
En el resto de fotografías se observa que el agente en ningún momento alza la pistola, siempre apunta hacia el suelo. En algunas imágenes se ve incluso que cuando la embestida le deja las dos manos libres utiliza la izquierda para tapar y proteger el arma, no para apoyar a la derecha en un posible disparo. Las explicaciones que cuando todo haya terminado dará el agente (42 años, nacido en el sur de Italia, padre de familia, dos décadas de servicio en la Guardia de Finanzas) van en esa dirección.
«Me quedé solo un momento y fui agredido y sacudido por los manifestantes. Caí al suelo de forma violenta. Tenía rotos el escudo y el casco, que me había volado de la cabeza. Me tiraban de la chaqueta, que estaba medio quemada por un petardo. Mientras estaba de rodillas, he visto mi pistola, que había salido de la funda y estaba tirada en el suelo, con el seguro puesto. El arma seguía unida al cordón así que tiré de él hasta que la recuperé y la cogí con las manos para evitar que me la quitasen. Luego mis compañeros me sacaron de allí».
La escena descrita se ha convertido en la imagen paradigmática de la situación que vivió Roma el pasado martes. Ese día había seis manifestaciones convocadas en la capital, que transcurrieron de forma pacífica hasta que en las calles se supo que Silvio Berlusconi había salvado la moción de censura gracias a un puñado de diputados tránsfugas. La frustración de una generación de italianos hacia sus políticos, por los recortes en la educación, por la precariedad laboral, de la imposibilidad, en definitiva, de convertirse en adultos de forma digna derivó en una batalla campal por las calles de Roma.
La capital italiana se vio sacudida por una violencia olvidada, propia de hace 30 años. El balance de la guerrilla urbana da una idea de la magnitud de los enfrentamientos: cien heridos, la mitad de los cuales eran agentes de las fuerzas de seguridad, 41 detenidos y más de 20 millones de euros en daños materiales. Son, sin embargo, casi minucias si imaginamos cómo podía haber terminado el martes de furia si nuestro protagonista no hubiera empuñado la pistola sólo para salvarla, o si la jauría que se abalanzaba sobre él hubiese conseguido arrebatársela.
La mejor manera de defenderse
La imagen del agente de rodillas acosado por los manifestantes mientras empuña un arma ha provocado la esperable cascada de reproches por parte de los políticos italianos. Un senador del partido de Silvio Berlusconi le ha recriminado que no la utilizase, mientras que las formaciones de izquierda han puesto el grito en el cielo por el hecho de que se hubiese atrevido a empuñarla y a poner el dedo en el gatillo. El general Ignacio Gibilaro, comandante provincial de Roma de la Guardia de Finanzas, que defiende a su agente, explica que actuó de la mejor forma posible en sus circunstancias y advierte de las consecuencias que hubiera tenido un disparo al aire. «La noticia hubiera sido que disparábamos contra los manifestantes».
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