Roma
Cuando al león le llega el invierno
La unión de Enrique II de Inglaterra y Leonor de Aquitania fue una de las más turbulentas de la Edad Media
Antes, el amor era una cuestión política más que una razón sentimental. Uno parece que no se casaba con una mujer, sino con un territorio. Según la parte de Europa que interesara, se escogía entre una heredera y otra. Así han ido bailando de acá para allá todas nuestas geografías cercarnas. Enrique II de Plantagenet, según las crónicas, era temperamental, ambicioso, carismático, belicoso, violento y gentil. El peor tipo para salir por ahí de copas, pero muy adecuado para ocupar un trono en aquella época abovedada de románico. También lucía una piel dramática que le ha venido muy bien. La principal diferencia entre los reyes ingleses y los españoles es que a nuestros monarcas siempre les ha faltado ese punto teatral que se necesita para redondear lo de la inmortalidad. Los ingleses poseen esa fotogenia escénica que los nuestros no tienen. Desde Shakespeare, que le dio por dividir en cinco actos las monarquías varias que se sucedían en su país, cualquiera se imagina a Ricardo III, con su cojera sin báculo y la joroba pesándole en la sombra, gritando eso de «mi reino por un caballo»; o a Enrique V, animando a sus tropas en Agincourt el día de san Crispín: «El que hoy vierta conmigo su sangre será mi hermano; por villano que sea, este día le hará de noble rango». Cuesta, sin embargo, ver al muy velazqueño Carlos V pronunciando palabras como esas a sus ejércitos de Mühlberg. Enrique II contrajo nupcias con Leonor de Aquitania, que antes de reina de Inglaterra, también lo fue de Francia. Él ponía el trono inglés y ella, las posesiones del país galo. Lo que una boda bendecía entonces era una comunión de intereses. La pareja quedó en una disputa mutua de visiones políticas y de amantes que dio mucho que hablar. James Goldman los subió al escenario, que es el destino común que aguarda a los ingleses en cuanto se descuidan. El drama se adaptó al cine con Peter O' Toole, como Enrique, y una anciana Katherine Hepburn, como esposa intrigante, rebelde y longeva. Los mitos hablan más que las realidades, ceñidas siempre a lo superficial y lo obvio que hay en los hechos. Y ahí aparece Enrique como un estadista otoñal más preocupado por el destino de su país que por los intereses dinásticos. La pregunta que podría extrarse del último invierno de este león sería: ¿cuántos gobernantes son capaces de sacrificar el partido político en el altar del bien común? Leonor defendía, en contra de las ideas que mantenía su marido, a su hijo Ricardo, guerrero, impetuoso y muy cruzado, que reinaría con gran desacierto la herencia del padre. Leonor ganó, y Enrique, al final de sus días, debió intuir con angustia que para un gobernante igual de importante son los méritos acumulados como la persona que le sigue en la sucesión.LA FECHA 1170Murió en esta fecha, en la catedral de Canterbury. Su tumba se convirtió en un lugar de peregrinación. Era amigo de Enrique II, pero Becket cambió la lealtad al rey por la lealtad a Roma. Y en la Edad Media, la traición se pagaba a un alto precio. La política no reconoce amigos. Ni hoy ni ayer. Y para el monarca, la firmeza del solio, que era la estabilidad del país, era más importante que la vida de un viejo compañero. Los soldados dieron cumplida cuenta de las órdenes que les dieron.
✕
Accede a tu cuenta para comentar