Escritores

Por fin en casa

Como suele ocurrir en cualquier familia cuando hay mudanza, toca arrimar el hombro. Y allí estaban los Meño prácticamente al completo. Juan Carlos y Fernando, hermanos de Antonio Meño; Lourdes, nuera de Juana; Ángel, primo de Antonio y «autor» de la caseta reivindicativa, Fernando, amigo de la familia; las hermanas de Juana... Todas las manos son pocas cuando hay desmantelar íntegramente la «infravivienda» en la que han estado viviendo durante 17 meses tres miembros de esta familia digna de admiración.

 
 larazon

«Ahora que ya han sacado bastantes cosas, voy a ver si encuentro un "bakugan"que dice mi hijo que se le perdió una vez debajo de la cama», dice Lourdes entre risas. A pesar del caos –cerca de un centenar de personas vivieron en directo el «desalojo»– a todos se les notaba de muy buen humor. «Esto no cierra», decía Juan Carlos a su hermano refiriéndose al maletero de una furgoneta. «Éste es el tercer y último viaje», comentaban metiendo a presión uno de los colchones de gomaespuma. Sobre las 4:30 de la tarde abrían la Vito roja en la que Juana y Antonio suelen desplazarse con su hijo. Salía entonces el protagonista de toda esta historia, rumbo a su casa de toda la vida, ajeno –o quizás no tanto– a todo el tumulto.

Antes de dejar atrás el que ha sido su hogar durante 522 días, Juana Ortega, algo nerviosa, sacó fuerzas para agradecer a todos los que les han apoyado. Se montó en la furgoneta y arrastró la puerta corredera dando un portazo, de paso, a todo el sufrimiento que había vivido allí. «No creo que vuelva a pisar esta plaza», dijo y emprendieron los 22 kilómetros y medio que les separaban del número 4 de la calle Estocolmo de Móstoles. Durante el viaje, le inundaron pensamientos y emociones de todo tipo. Vuelven a casa y no con las manos vacías pero, ni mucho menos, ha terminado todo. Allí «seguirá la lucha». Ahora toca hablar con abogados, el juicio, a ver qué tal se adapta Antonio a casa... Al menos, piensa, tendrá un sofá donde llorar cómoda.