Bruselas
El Estado armatoste
La otra pieza de la tijera de la reducción del déficit consiste en aumentar los impuestos (¿realmente podrá crecer la recaudación tal como está la cosa?)
La actual situación económica española, ciertamente es resultado, en parte del efecto globalización. Con tendencias manifiestas a tener un gobierno económico de la UE cada vez más efectivo. Lean Vds. la «Estrategia 2020» que está preparándose en Bruselas, y verán las intervenciones previstas en términos presupuestarios, deuda pública, gasto, etc. Como también Wolfgang Schäuble, ministro alemán de Economía, ha subrayado las necesidades de control y coordinación, en una entrevista del «Financial Times», hace una semana; refiriéndose al Plan de Estabilización del Euro, de 750.000 millones, para frenar la crisis griega. Sin olvidar que en el G-20 (Canadá, junio, próxima reunión) también están surgiendo otros compromisos por atender. Es el fin del guateque nacional. En ese contexto, nos vemos ahora en la tesitura de reducir el déficit de manera drástica, desde el 11,4 del PIB de 2009, al 3 por 100 en sólo cuatro años. Lo que está conduciendo, ya se sabe, al recorte del gasto público empezando por los funcionarios y las pensiones; con la inevitable supresión, además, de los electoreros instrumentos de compra de votos, como el cheque bebé, hablándose ya, incluso, de la retirada del subsidio de 426 euros al mes para los parados de larga duración. Pero el Gobierno ZP, quizá se esté preparando para entrar en temas más picantes, como la eliminación de cinco ministerios innecesarios (el Sr. Chaves, a escribir sus Memorias). A lo que deberían agregarse las televisiones autonómicas con déficit (¿todas?), 43 diputaciones provinciales en redundancia mayor o menor, y la necesaria concentración de municipios (8.020 al día de hoy) que podrían agruparse en menos de la mitad. Amén de las subvenciones sectoriales, los sindicatos a sueldo del Estado, los créditos FAD de doble uso militar, así como la parte de la ayuda oficial al desarrollo en que la ineficiencia del gasto resulta más que evidente. La otra pieza de la tijera de la reducción del déficit, consiste en aumentar los impuestos (¿realmente podrá crecer la recaudación tal como está la cosa?). Para lo cual, aparte de las operaciones ya en curso –especiales, IVA y ahorro–, se entra con grandilocuencia populista a fundar el nuevo tributo sobre las grandes fortunas; ignorando que con esa medida se ahuyentará la entrada de capitales extranjeros, y se fomentará la salida de los nacionales. Lo que nadie dice es que nos estamos empobreciendo a marchas forzadas y que eso se debe a un Gobierno que negó la crisis durante un año; para luego dar palos de ciego durante otros doce meses. Dejando las reformas estructurales en el mundo de lo etéreo, y retrasando los ajustes hasta llegar al borde del precipicio. El panorama es patético –¡y lo avisamos en todos los tonos!–, con un fuerte deterioro del Estado de bienestar: Seguridad Social en déficit por el INEM, Sanidad atirantada, Ley de Dependencia suspendida hasta nuevo aviso. En tanto que la Educación se sitúa bajo mínimos, y el I+D se erosiona dramáticamente. En lo concerniente a endeudamiento hemos llegado (Estado, Banca, empresas y familias), a 3,5 veces el PIB, y mientras tanto, el sistema financiero sigue pendiente de reforma; especialmente en el tema de las cajas de ahorro, donde ni siquiera el «trío médico Fainé» (con Rato y Medel) pone remedio con las esperadas fusiones y demás. Y en lo que se refiere al mercado de trabajo, con 3,2 millones de parados con cobertura, y casi dos más sin ella (jóvenes, autónomos, etc.), cabe decir que es un absoluto desbarajuste, con toda clase de fraudes. Sin que llegue la reforma laboral (convenios, sistemas de contratación y despido, absentismo, exceso de empleo público, etc.), que continúa en los archivos de La Moncloa y de las palaciegas asesorías del nacionalsindicalismo al uso. La síntesis es que el Estado se ha convertido en un auténtico armatoste. Con un Gobierno que se ha permitido el extraño lujo –despreciando cuanto ignora, Machado dixit– de no escuchar los consejos que fueron llegando desde finales de 2007: Círculo de Empresarios, Cámaras de Comercio, Fomento del Trabajo Nacional, CEOE (ciertamente no en sus mejores momentos). Y sobre todo, del Banco de España, FMI, OCDE, UE, con un largo etcétera; incluyendo esta columna de LA RAZÓN. El Estado se encuentra en un laberinto, por los nuevos, innecesarios y corrosivos estatutos suscitados por ZP; con una financiación autonómica disparada que nutre la voracidad de las CC.AA. clientelares, y los ayuntamientos endeudados hasta las cejas. ¿Se ha percatado alguien de que entre funcionarios, pensionistas y parados, el Estado español tiene una nómina de 16 millones de personas, frente a sólo 11 millones de asalariados y tres millones de autónomos? Y por extensión, ya fuera de los temas económicos y sociales, el desprestigio de España después de la presidencia europea de ZP, que tardará en recuperarse de los desaciertos en que ha incurrido. ¡Qué distinto a esos efectos aquello que Darwin escribió a bordo del Beagle (1832), cuando manifestó su profunda admiración por «la tolerancia muy generalizada, la libertad de prensa, las facilidades ofrecidas a todos los extranjeros en la Sudamérica española»!
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