Historia

Irán

Avance editorial: Memorias del Irak perdido

Pius Alibek nos ofrece, a través de sus recuerdos, el retrato de un mundo que ya no existe. El Irak previo a la guerra contra Irán y que luego dominó Sadam.

Un guardia vigila la entrada de la Iglesia de St. Joseph en el barrio cristiano de Ankawa, Irak
Un guardia vigila la entrada de la Iglesia de St. Joseph en el barrio cristiano de Ankawa, Iraklarazon

Ankawa, donde nací en diciembre de 1955, es uno de los muchos pueblos de la minoría asiriocaldea que se encuentran desperdigados por todo el norte de Irak y rodeados, mayoritariamente, por otros pueblos kurdos. Somos los descendientes de los primeros pobladores de Mesopotamia y, desde la caída del último reino de Babilonia en 539 a. C. a manos de Ciro el Grande, siempre hemos estado dominados por otros pueblos con quienes compartimos nuestra tierra a lo largo de los siglos. Nos hicimos cristianos tan pronto como apareció el cristianismo y llegamos a ser una gran Iglesia Oriental. No obstante, siempre hemos sido objeto de la persecución religiosa de nuestros conquistadores, más o menos intensa en función del grado de fanatismo del gobierno foráneo de turno. A día de hoy las persecuciones no han cesado.

Como la mayoría de las naciones sin estado, nuestra suerte iba cambiando según los intereses y los caprichos de nuestros conquistadores. Persas, bizantinos, árabes musulmanes, mongoles, otomanos, británicos y el Nuevo Orden Mundial. Durante las últimas fases tanto del dominio mongol como del otomano sufrimos una encarnizada persecución religiosa. Durante los crímenes conocidos como el Genocidio Armenio, muchos de nuestros pueblos fueron arrasados y quemados y su gente asesinada. Algunas tribus kurdas fueron cómplices de los mongoles y de los otomanos en estas persecuciones. Utilizaban el fanatismo religioso como excusa para apropiarse de las pertenencias del otro o se ilusionaban con las falsas esperanzas que dan las alianzas con el más fuerte, que siempre acaba por devorarte. Roma recibía las súplicas de socorro de los cristianos de Oriente con absoluta indiferencia. Al fin y al cabo, se trataba de los gritos de unos herejes. Para las instituciones eclesiásticas, sean del color que sean, lo que cuenta no es el mensaje de Cristo sino el propio. Cristo jamás rechazaría a nadie, sólo lo encolerizaban los mercaderes que mancillaban la casa de Dios y los ricos egoístas. Azotó a los primeros y dio prioridad a los camellos sobre los segundos. Resulta sorprendente cómo las personas pueden tener la absurda convicción de que sus creencias son mejores que las de los demás hasta el punto de justificar su aniquilación. Cuán insignificante debe de sentirse quien percibe una amenaza en las diferencias o en la mera existencia del otro.

A partir de los años ciencuenta cabía hablar de cierta convivencia pacífica y cordial entre las poblaciones de la zona, pese a que los rencores del pasado jamás desaparecen del todo. La gente de Ankawa siempre ha sido muy trabajadora y pletórica de inquietudes. El interés por el pensamiento político estaba presente en todos los sectores de la sociedad y la balanza se inclinaba claramente hacia la izquierda.

Asediados de por vida
Ya en los años sesenta, el diario oficial del Partido Comunista Iraquí lo repartían jóvenes voluntarios en bicicleta por las casas del pueblo. La Revolución Roja seguía teniendo destacada presencia en el pensamiento político en Ankawa, en Irak y en todo Oriente Medio. La represión y la injusticia son como el sol y la lluvia para la semilla del espíritu revolucionario, mientras que el bienestar es la sombra que asficia y, si alguna vez brota, se convierte en una planta ornamental, desligada de la abnegada e indomable naturaleza. Un sedante para la mala conciencia del individualismo.

La huella roja convirtió Ankawa en objeto de una continua represión por parte de los efímeros gobiernos de Bagdad. Detenciones colectivas, prisión y tortura hasta que Saddam, siguiendo prácticas ya vistas en otros países, se inventó el Frente Nacional. A primera vista, y para aquellos quienes interesaba verlo así, parecía ser un frente de conciliación y cooperación entre el Partido Baas, que había alcanzaado el poder tras dos intentos sangrientos, y el Partido Comunista Iraquí, que contaba con la simpatía popular y con mayor número de afiliados. Muchos de los líderes del partido comunista, por miedo o por interés propio, aceptaron la invitación de Saddam a formar parte de aquel frente y desvelar las listas de afiliados. Saddam no tardó demasiado en mostrar sus verdaderas intenciones. Desencadenó una brutal búsqueda y captura de comunistas por todo el país.

Ankawa fue asesdiada de nuevo. El ejército y las fuerzas de seguridad, con las listas en la mano, peinaron el pueblo casa por casa y los afiliados del partido comunista fueron trasladados a centros de detención en Erbil. Se los obligaba a escgoer entre la renuncia y la posterios adhesión al Baas, o la tortura y la muerte. Unos cuantos prefirieron la muerte.
La formación académica e intelectual era indispensable par alos jóvenes de Ankawa. Un libro difícilmente descansaba en el estanta. Rondaba de casa en casa y era objeto de prolongadas tertulias que empezaban por la tarde, con un vaso de «araq» (aguardiante anisado seco), y a menudo se prolongaban hasta la madrugada. Nasser Iussuf, el marido de mi tía Victoria, había destinado la planta superior de su casa a una especi de biblioteca semipública. Disponía de una gran sala con paredes cubiertas, de arriba abajo, de estantes de libros. Prestaba sus volúmenes a los jóvenes del pueblo con la condición de que se los leyeran en el máximo de una semana. Cuando se lo devolvían, los interrogaba sobre el contenido. Si descubría que alguien no lo había leído a fondo, no volvía a dejarle libros nunca más.
En invierno, Ankawa se vaciaba prácticamente de jóvenes. Todos, chicos y chicas, iban a estudiar a alguna universidad, a Bagdad o a Mossul. Con la llegada del verano, la vida regresaba a las calles de Ankawa. Volvían los estudiantes y la mayoría de las familias que habían abandonado el pueblo, por el motivo que fuera, y se habían instalado en otros lugares. El pueblo recuperaba la alegría y la vitalidad.
 

Ficha del libro
Título del libro: «Raíces nómadas».
Autor: Pius Alibek
Edita: Destino
Fecha de publicación: 13 de enero de 2011.
Sinopsis:  Nacido en la ciudad de Ankawa, una localidad al norte de Irak, Pius Alibek pertenece a una minoría cristiana, cuya lengua materna es el arameo. Cuando tenía ocho años, su familia se ve obligada a trasladarse al sur, a Basora, donde vive una segunda infancia. La evocación de esos años, la escuela, la familia, los viajes con su padre a un mundo tan mágico como las marismas de Al-Ahuar, totalmente destruido después por Sadam, conforman un relato que oscula entre la aventura y la novela de formación. El autor llegó a Barcelona en 1981. A partir de entonces vive en la capital catalana y enseña en la universidad.