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Danays

La Razón
La RazónLa Razón

Leo lo que te ha pasado y no grito para poder decirte con la emoción más viva lo que siento. Tú, compañera, te desorientaste en el metro, línea uno. Era fácil, había mucha gente, mucho ruido, mucha prisa. Y tú, sin ver con los ojos, pero con un oído que escucha crecer la yerba, caíste a la vía. Era el hueco entre dos convoyes, no la puerta de entrada al tren. Qué sensación brutal… De la seguridad que da estar dentro, a la agonía del vacío. Vacío, Danays, oscuridad, miedo. Si el metro arranca… ¿Dónde estoy? Hay hierros, ruidos… el bastón blanco hundido entre la nada. Y arrancó. ¿No había nadie con ojos para correr hasta el conductor? Arrancó. Y tu brazo, ese que hacía virguerías con los dedos, se quedó muy lejos de tu cuerpo. Los ciegos, cariño, tenéis la música en las venas. Todo lo que no llega a través de la luz, os llega a través del silencio. ¡Había tanto ruido en ese andén…! Arrancó el tren. En ese instante en que el mundo entero querría que no lo hiciese. ¡Que no arranque, por favor, que se quede parado siempre! Pero las puertas se cierran y la maquinaria sigue impávida, sin sentir tu música, Danays. En este momento estás grave en un hospital. No sé si dormida o despierta. No sé lo que sabes. No sé lo que sientes. Seguramente estarás abrazada a tu guitarra, el instrumento de tu corazón. No sabrás. ¿Y cómo averiguarás que no habrá más abrazos posibles? Desde aquí mi plegaria para ti, compañera. Mi deseo profundo de que la música, la tuya, esté siempre a tu lado. En tus brazos, sólo mutilados en esta vida.