Londres
El destripador de Cameron
De nuevo los británicos se reencuentran con su asesino preferido, «Jack el Destripador», metódico y despiadado criminal en busca de mujeres perdidas en la noche.
Stephen Griffiths nunca fue un tipo normal. No es como aquellos que dejan helados a sus vecinos cuando sus atrocidades salen publicadas en la prensa. No vivía una doble vida, ni aparentaba un matrimonio perfecto, ni aborrecía en público a las prostitutas. A diferencia de otros asesinos, Stephen Griffiths, de 40 años, guardaba buena relación con sus víctimas. Hablaba con ellas durante el día y las descuartizaba en la privacidad de la noche. Lo hacía en su casa de Bradford, donde vivía solo. El piso, situado en la tercera planta, estaba a tan sólo unos metros del llamado «Barrio Rojo» de Yorkshire. Allí, les pegaba una paliza y, ya inconscientes, les disparaba con una ballesta en la cabeza. Luego, se ponía cómodo. Se quitaba su abrigo de cuero negro y sus gafas oscuras de montura redonda. Las dejaba encima de la mesa, cerca de los criaderos de ratones que tenía para alimentar a sus lagartos. Se tomaba su tiempo hasta descuartizarlas. Metía en bolsas las partes del cuerpo y hacía varios viajes hasta el río Aire para deshacerse de ellas. Antes de que amaneciera, intentaba descansar un poco. Por la mañana, se iba a la universidad. Se había graduado en Psicología y cursaba un posgrado de tres años sobre estudios de Justicia criminal aplicada.En el centro, el mutismo es absoluto. Debido a la colaboración con la Policía, nadie puede revelar ningún detalle. Lo único que confirma a LA RAZÓN un portavoz es que «estaba investigando los patrones de la delincuencia en la ciudad durante el siglo XIX». El título de su tesis era «Homicidio en Bradford 1847-1899».Griffiths es el «Jack el Destripador» de la nueva sociedad británica. El asesino más temido del Londres victoriano es una figura que aterra y fascina a partes iguales y de alguna manera sus réplicas siempre han estado presentes en la historia de Reino Unido. Incluso cada gobierno parece que está destinado a tener su propio Destripador. Ahora Griffiths ha venido a inaugurar el de coalición entre «ories» y liberal-demócratas. Los políticos condenan los asesinatos, pero la presión de la sociedad les hace poner encima de la mesa un debate trascendental: ¿se ha de regular la prostitución para evitar estas barbaries? En 2004, el Gobierno laborista planteó la posibilidad de regular «miniburdeles», pero la propuesta fue luego abandonada. El pasado mes de abril, entró en vigor una ley según la cual se obliga a las prostitutas condenadas a asistir a sesiones de asesoramiento psicológico, pero nadie se cree que de esta manera acaben con su forma de vida ni con los peligros a los que están expuestas.Las víctimas de Griffiths trabajaban en el conocido «Barrio rojo» de Bradford. Las mujeres que transitan las calles de esta zona son de todo tipo. Las hay jóvenes, las hay maduras, las hay con hijos, las hay con nietos. Cada una tiene su propia historia, pero todas comparten un punto en común, su adición por la heroína. Sus servicios cuestan entre 20 y 30 libras, lo necesario para garantizarse dos dosis. Saben que sus vidas corren peligro cada vez que un coche para delante de ellas.Con versículos de EzequielNadie sabe qué es lo que pensó Suzanne Blamires, de 36 años, antes de decidir seguir a Griffiths hasta su casa. Podía conocerlo del vecindario o podía ser la primera vez que se cruzaba en su camino. Sea como fuere, el pasado día 21 de mayo, viernes, siguió sus pasos y desapareció para siempre. No se supo nada de ella durante todo el fin de semana, pero el lunes por la mañana un guardia de seguridad dio la voz de alarma. Revisando las imágenes que las cámaras habían grabado durante el sábado y el domingo se dio cuenta de que algo raro pasaba. Las cintas mostraban a una mujer en el portal. Un hombre la golpea hasta dejarla inconsciente y luego desaparece de la imagen. Vuelve minutos más tarde con una ballesta y le dispara en la cabeza. Se lleva el cuerpo. En otra grabación se le ve cargado de bolsas.La Policía detuvo enseguida a Griffiths. Al registrar su casa y su ordenador, se percataron de que aquello era tan sólo el comienzo de un largo infierno. Sus páginas en internet han sido cerradas, pero los detalles que se han filtrado no dejan indiferente. En Facebook, la famosa red social, decía tener 99 años. «El camino del hombre recto está obstruido por todos lados». Es un versículo de Ezequiel citado en la película «Pulp Fiction», de Quentin Tarantino. En la web utilizaba el pseudónimo de «Ven Pariah», se presentaba como soltero, heterosexual y agnóstico. Entre las 160 fotografías que había colgado en su página figuraban terroristas y asesinos sexuales y entre sus películas favoritas citaba las macabras «Evil Death I», «Evil Death II» y «Reservoir Dogs», también de Tarantino. Aseguraba que su lectura preferida era la «bibliografía profesional-académica sobre homicidio agregado, múltiple homicidio, pena capital y orientado homicidio político». «La humanidad no es meramente una condición biológica, es también un estado de la mente –decía–; sobre esta base soy un pseudohombre en el mejor de los casos. Un demonio en el peor».Una cabeza en la mochilaTan sólo un día después de su detención, un vecino encontró en el río Aire una mochila: en su interior estaba la cabeza de una mujer. Había otros órganos esparcidos por la zona. Pertenecía a Suzanne Blamires. La Fiscalía de Yorkshire le imputa también otros dos asesinatos. El de Susan Rushworth, abuela a los 43 años, desaparecida el 22 de junio de 2009, y Shelley Armitage, de 31, a la que se vio por última vez el pasado 26 de abril. Ambas eran prostitutas. La Policía sigue buscando sus cuerpos en el río y en los alrededores de la casa de Griffiths. Su domicilio no se encuentra muy lejos del de Peter Sutcliffe, el famoso «destripador de Yorkshire» de los 80. Mató a 13 mujeres e intentó acabar con la vida de otras siete, la mayoría de ellas trabajadoras del «Barrio Rojo».La herramienta de Sutcliffe era un martillo. Lo guardaba en los camiones que utilizaba para trabajar e ir a visitar a su novia en Glasgow. A sus compañeros les sorprendió mucho el romance porque siempre aparentó estar felizmente casado con su esposa Sonia. No hablaba mucho de su vida privada. Sólo lo hacía para criticar a los hombres que tenían aventuras y engañaban a sus esposas con prostitutas, a las que despreciaba profundamente. Su padre fue uno de esos hombres. Sutcliffe le culpó por ello de la muerte de su madre, víctima de un paro cardiaco. Sutcliffe continúa internado en el hospital de enfermos mentales de Broadmoore. El año que viene se cumplirán 30 años de encierro, pero es poco probable que alcance libertad.Puede que a Griffiths le depare un destino similar. Mientras que se celebra su juicio, el próximo día 7, podrían reabrirse los casos de otros tres crímenes cometidos entre 1995 y 2001 por si tuvieran relación con su gusto por descuartizar a mujeres. De momento, no hay pruebas de que se comiera a sus víctimas, pero en la primera comparecencia ante los juzgados de Bradford, Griffiths se presentó a sí mismo como «El caníbal de la ballesta». Cuando le preguntaron por su domicilio, respondió: «Eh... aquí, supongo». Fue el pasado 28 de mayo. Apareció en la sala sin afeitar, con el pelo sucio, con camisa negra y vaqueros oscuros. Permaneció impasible durante toda la sesión y ni siquiera se inmutó cuando los familiares de las víctimas rompieron a llorar nada más verle. La próxima sesión será el 7 de junio y declarará a través de video conferencia. Quizá para entonces se sepan más detalles de su infancia o algo a lo que poder agarrarse para entender de alguna manera por qué quiso ser el «Jack el Destripador» de la nueva sociedad británica.
Una historia de prostituciónLibros, películas, teatro, musicales, ópera. La figura de «Jack el Destripador» ha dado de sí una larga leyenda desde que apareció en 1888 y se perdió la huella del último crimen en 1891. Dejó un rastro de once asesinatos de mujeres, prostitutas en su mayoría. Tras la figura de este misterioso criminal, al que nunca se detuvo ni se le puso rostro, sólo hay enigmas. Lo único cierto es que en aquel Londres de fin de siglo había 1.200 prostitutas y unos 70 burdeles. Detrás de esta trama estaba el inspector Fredd Abberline.
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