París

Binoche en versión original

La Toscana es el escenario al que Kiarostami traslada a una galerista (Juliette Binoche, premiada por este papel en Cannes) y un cantante de ópera en «Copia certificada». En el sur de Italia darán forma a su hermosa y extraña historia de amor

Quien sube estas empinadas escaleras es Kiarostami, que deja en la imagen el protagonismo a la actriz
Quien sube estas empinadas escaleras es Kiarostami, que deja en la imagen el protagonismo a la actrizlarazon

Posee el aura de las grandes estrellas y un concepto muy relativo del tiempo que le hace llegar tarde a las entrevistas. Un defecto que pronto pasa a ser mera anécdota en el caso de Juliette Binoche. Es en París, entre dos viajes, donde nos da cita para hablar de «Copia certificada», la nueva película del director iraní Abbas Kiarostami por la que Binoche se alzó el pasado mes de mayo con el premio a la mejor interpretación femenina en Cannes. Galardón que la catapulta a un exclusivo olimpo hasta ahora solamente ocupado por su compatriota Isabelle Huppert. De la galerista francesa a la que da vida, Binoche tiene bastante. Empezando por el amor al arte. Una pasión que cultiva y le ha llevado incluso a exponer algunos de sus retratos. Aunque el arte en la película y la reflexión entre la obra original y la copia en estas disciplinas son sólo un pretexto. El punto de partida para que el cineasta traslade la metáfora a otro terreno, el de las relaciones humanas y la incomunicación entre un hombre y una mujer que viven el amor de toda una vida en un solo día.

-Extraña pareja la que usted encarna junto a Shimell y extraña historia. Difícil de descifrar. ¿Tuvo la misma sensación cuando leyó por primera vez el guión?
-No exactamente. De todos modos, lo que me atrae de una película no es la historia, sino el efecto que ejerce sobre mi persona, mi vida. Cómo se instala y queda en mí. Es mucho más importante que tratar de entender intelectualmente un filme o saber quién hace qué o por qué. No creo que sea una ecuación matemática, o al menos yo no lo veo así. Aquí es más una inmersión en la vida de dos personas que tratan de comprenderse y de conquistarse. En cualquier caso, no lo concibo como algo, un problema, que deba ser resuelto.

-Una vez más Kiarostami nos sume en un mundo sin certeza alguna, sin fronteras entre lo real y lo que no lo es.
-(Sonríe) ¿Y de qué estamos seguros? De nuestra incertidumbre, quizá…

-¿Puede resultar desconcertante para el espectador no saber dónde se mueve, ni saber quién es quién realmente?
-En efecto, nos podemos situar en esa perspectiva, la de saber si realmente los protagonistas son una pareja, si la mujer ha vivido o no con ese hombre, si llevan quince años juntos o son solamente dos desconocidos que deciden jugar en un determinado momento a ser marido y mujer. Todas esas preguntas son legítimas y verdaderas, pero yo no he necesitado planteármelas ni desentrañarlas para interpretar el personaje. Lo único que sabía era que dentro de esa relación había una verdad que tenía que alcanzar.

-¿Era ése su desafío?
-Mi reto consistía en lograr esa sinceridad. Lo que muestra la película es que en toda relación aspiramos a alcanzarnos y que es difícil porque somos diferentes y que la otra persona nos pone frente a nosotros mismos como nunca antes lo habríamos hecho. Es precisamente esa complejidad y esa verdad lo que puede hacer que la cinta llegue al público.

-Es decir, que mejor no tratar de atar cabos sueltos…
-A partir del momento en que alguien trate de enfocarlo como una disertación con un principio, un desenlace y un final, va por mal camino.

-Ella, su personaje, es descarada, seductora, vulnerable, frustrada y fuerte al tiempo. Muchas mujeres en una sola. ¿Es uno de esos papeles que son un regalo para una actriz? ¿Cómo lo ha preparado?
-No como una composición sino como una suerte de desnudo. Pero de tal manera que desde fuera no se viera rastro alguno de fabricación, de costura, como si fuera un lienzo en el que todo es posible.

-¿Y rodar con un cantante de ópera profano del celuloide como es William Shimell?
-Ése era el otro reto. Crear un clima cómodo para él porque era su primera vez en el cine manteniendo al mismo tiempo la tensión necesaria. No hay que olvidar que esa mujer acaba llevando a ese hombre a su dormitorio. Sabía y sentía que el peso de la película recaía sobre mis hombros. Creativamente ha sido apasionante porque Abbas me dejó libre, aunque también una gran responsabilidad.

-Tan libre que me parece que le dijo simplemente: «Sé como tú eres».
-Todo lo que me dijo fue que Ella, el personaje, era yo. Me dejó un poco perpleja. Tuve que descifrar lo que quería decir, aunque lo que entendí rápidamente es que tenía que ser auténtica, verdadera.

-En 2008 aparcó el cine por la danza. ¿Qué aprendió?
-Lo que me interesó de la experiencia con el coreógrafo Akram Khan fue la expresión de las emociones a través del cuerpo. Es algo que me ha servido ante la cámara, en secuencias largas que a veces duran diez minutos y debes estar inmóvil. He aprendido a experimentar nuevas maneras de vivir las emociones como nunca lo había hecho antes. A pasar interiormente de una emoción a otra, fácilmente, como un esquiador zigzaguea. Es un gran sentimiento de libertad, que requiere por supuesto destreza técnica pero también unas grandes dosis de creatividad.

-El público de la Seminci, donde «Copia certificada» compite, le ha echado de menos…
-No sabía que participara en otro festival después de haberlo hecho en Cannes. De todos modos, no hubiera podido asistir porque regreso de China, pero si gana algún premio espero que me llamen porque nunca he estado en España para el estreno de una de mis películas.

-Su carrera es más internacional, casi, que francesa, ¿piensa que rueda lo suficiente en su país?
-No me lo planteo en esos términos. Sólo trabajo con los directores que me apasionan. Sea aquí o en cualquier otro lugar. No soy nada chovinista, en absoluto. En Francia he rodado con un realizador japonés, con dos polacos, un austriaco… Finalmente, creo que hago trabajar a mucha gente aquí en Francia…(Y ríe a carcajadas).