Estados Unidos
Monet cartas desde el retiro
Traducidas por primera vez al español, nos acercan su faceta más íntima
No era el Monet del éxito. El Monet del apogeo impresionista. En 1883, aquel grupo de artistas que habían atrapado el gran espectáculo de la luz con los escasos colores que proporcionaban el arco cromático de sus paletas, había desaparecido. Manet, el patriarca que revolucionó el arte y conmocionó el conservadurismo burgués en un salón de Rechazados con el formidable «Desayuno sobre la hierba» (1863), basado en una tela tan extraña y sugerente como «El banquete», de Giorgione, había muerto; Pissarro buscó refugio en Éragny-sur-Epte; Cézanne se había autodesterrado en Aix-en-Provence, donde realizaría lienzos de importancia indiscutible, y Degas concentraba sus esfuerzos en captar ese aspecto difuso, cambiante y abstracto que es el movimiento. Ahora, en Giverny, en un edificio estucado en rosa que bautizó «Le Pressoir» y en cuyo terreno diseñaría un jardín que le proporcionara una gama completa de tonalidades, colores y matices, se instalaba un Monet diferente, dispuesto a abordar su futuro de otra manera, más personal y única. Un artista que optaba por evolucionar hacia una independencia estética que más tarde daría lugar a la leyenda. Un periodo fructífero, innovador, que encontró, otra vez, un rechazo prolongado hasta esa década de los 50 del siglo XX, cuando se revalorizó su audacia y atrevimiento incomprendido.
Cartas reveladoras
Una extensa correspondencia quedó de esos años de retiro, creación y pelea por recoger los efectos lumínicos de la naturaleza. Unas misivas dirigidas a su mujer, su marchante y otros amigos que dan fe de sus oscilaciones sentimentales, desde el sosiego, la angustia, la frustración, las preocupaciones o la insatisfacción, el más frecuente de todos, porque este Monet es un pintor exigente, que se exige perfeccionamiento. «En estas cartas queda claro que no es cierto el cliché de que el impresionista refleja el instante. Hay una reelaboración detrás, en el estudio. Necesita ver sus trabajos por series y hasta que no le convence el resultado no sale del estudio. Existe en él un aspecto de insatisfacción porque no logra recoger los tonos. Escribe, incluso: "Mi paleta no tiene suficientes colores". Siempre está peleándose con su pintura», explica Paloma Alarcó, conservadora del Thyssen, experta en arte impresionista y responsable de «Los años de Giverny. Correspondencia de Claude Monet». Hay una orientación nueva en su trabajo, en su concepción. «El impresionista ha avanzado. Se preocupa más por las sensaciones que del impresionismo, aparte de ese perfeccionamiento posterior que persigue en las imágenes de los paisajes. Acaba una senda e inicia una reflexión con una pintura más abstracta. En los años 10 o 20 fue rechazado. La inauguración de una de sus exposiciones se convirtió en un acto solitario. En esa época, la vanguardia va por otros caminos. Es el Monet más experimental y no fue valorada hasta la mitad de la centuria pasada. Era poco valorado en el momento. Incluso su hijo guardó todo lo que encontró».
Monet anotó en sus cartas uno de los episodios más angustiosos de su trayectoria pictórica: el paulatino deterioro de su visión. «Se conserva la correspondencia que mantuvo con su médico. Durante tres años luchó con sus ojos. Tiene que usar lentes y siente cómo se distorsionan los colores. De hecho, muchas veces se ha explicado esta pintura más diluida, borrosa y abstranca por su pérdida de vista. Pero él ya había tomado esta senda antes de este deterioro. Suelen ser pinturas gruesas, con capas sobre capas. Pero es la misma época que coincide con sus pérdidas visuales. Después se alegraría porque recobraría la noción del color y pinta los colores cómo el pensaba que eran». De hecho, si algo queda claro en estas cartas es que, si bien no son las de Van Gogh, sí son en cambio sinceras.
Un pintor patriota
A Monet no le gustaba que sus pinturas salieran de Francia. Es algo que le disgustaba y que discutía de vez en cuando con su representante, Durand-Ruel. Él quería que se quedaran en su país y enloquecía cada vez que un coleccionista norteamericano adquiría uno de sus lienzos y se lo llevaba a América. El viejo pintor no comprendía qué podían hacer sus cuadros en un país como Estados Unidos, esa potencia naciente que se desarrollaba al otro lado del Atlántico y que debía encontrar tan lejana como enigmática. «Es cierto que no quería que sus obras fueran a otra nación. Pero gracias a eso, él disfrutaba de cierta prosperidad económica. Gran parte del éxito comercial de Monet es porque compran sus trabajos los coleccionistas norteamericanos. Él no quería», explica Paloma Alarcó. Otra de las obsesiones que desarrolló con la edad fueron las condiciones que debían existir para mostrar las nuevas series que iba creando, algunas de las cuales, sobre todo la última, centrada en el jardín, no llegó a venderse en el momento.
«Los años de Giverny»
Claude Monet
Turner
422 páginas. 24 euros
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