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Crisis económica
Hambre sin ratas
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El camarero que me sirve por la mañana en mi mesa de siempre me comentó ayer que por culpa de la mala situación económica, hay gente que pide el café más caliente para que le dure. Por lo visto, no les importa que el café esté bien hecho, sino, sobre todo, que tarde en enfriar. Puede que sean casos contados y que la situación no sea para tanto, pero yo creo que el empobrecimiento general del país nos devuelve viejas sensaciones de escasez que creíamos superadas para siempre. En un paseo por el casco viejo de una villa próxima a Compostela, hace meses hablé con un mendigo sobre el empobrecimiento general y el riesgo que corría de que los «nuevos pobres» le disputasen su esquina de siempre. El tipo no las tenía todas consigo. Sabía que si la situación no se invertía y la pobreza arraigaba, llegaría el momento en el que la indigencia estaría tan concurrida, y la escasez tan disputada, que no habría en las ciudades esquinas para todos los mendigos, igual que en las guerras más mortíferas el enterrador se da cuenta de que ya no queda en el campo de batalla tierra para tantos muertos. El mendigo tenía razón. En España incluso la pobreza ha dejado de ser un trabajo estable. Hace pocos días un amigo me comentó que su mendigo de cabecera ahora se retiraba muy temprano de la esquina en la que pedía limosna cerca de la catedral compostelana porque temía que al oscurecer lo atracase la gente corriente. Está razonablemente alarmado y se pregunta qué clase de país es éste en el que ni siquiera los mendigos pueden conservar intacta su miseria. Personas que antes donaban dinero cada mes a los comedores de la beneficencia ocupan ahora sus mesas y yo creo que hasta en las colas de los bancos hay gente temblando con el miedo a que cuando le toque su turno los atraque el cajero. Corren malos tiempos para los placeres que cuestan dinero y hay que volver la vista hacia atrás y recordar lo que fuimos para no sufrir demasiado con lo que somos. Por suerte aún estamos lejos de aquellos tiempos terribles en los que después de asearse la familia, al sentarse en la mesa de la cocina la leche del desayuno alimentaba más si se la engordaba con el agua de la palangana. Ahora soportamos mejor las privaciones porque como somos europeos creemos que el hambre es una especie de gula baja en calorías. En muchas basuras ya ni hay sobras de comida. Por desgracia, nos quedaremos sin esperanza al mismo tiempo que nos quedemos también sin ratas.
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