Perfecta madre americana

Ann, esposa de Mitt Romney desde hace cuatro décadas, es considerada el «arma secreta» del candidato republicano. A pesar de su glamur, su alto poder adquisitivo –es dueña de caballos competición– y de mostrarse como prototipo de mujer y madre americana ha sabido llegar a su electorado gracias a su sencillez y cercanía. Sencillez que ha mostrado al equipararse en su discurso a una mujer americana más: «Son las madres de este país, solteras, casadas, viudas, las que de verdad mantienen este país unido. Somos las madres, somos las esposas, somos las abuelas» y llego a gritar «Os quiero, mujeres», algo muy positivo en su discurso porque es el electorado femenino el más esquivo para los republicanos. Cercanía ha dejado patente al hablar abiertamente de su enfermedad (esclerosis múltiple), del aborto espontaneo que ha sufrido o del cáncer de mama que supero, mostrando que su vida como ella misma expresa «no es de cuento». Al hablar de sus dificultades económicas al comienzo de su matrimonio, de la dificultad de educar a cinco hijos, de sus orígenes sencillos de su abuelo minero de Gales busca acercarse al electorado. Utiliza un lenguaje sencillo, salido del corazón y con una gran carga emocional cuando habla de su marido. «Pueden fiarse de Mitt», dice describiéndole como «bueno y decente, cálido, amoroso y paciente». Su esposa es clave para humanizar al candidato republicano, aunque se muestra nerviosa en público, no le gusta el telepronter y le falta potencia a su voz. Ann ha utilizado la misma estrategia que Michelle, hablando de detalles íntimos de la relación con su marido, todo enfocado a buscar la aceptación de los americanos y la empatía y simpatía de los votantes. Suele vestir del color corporativo republicano y siempre muestra una amplia sonrisa. Aunque se muestra tímida y no muy acostumbrada a los medios de comunicación, sabe cómo moverse ante ellos. Su barbilla ligeramente inclinada hacia abajo, sus hombros encogidos y su mirada cálida dan veracidad a su discurso.