Policía
La ira de Chimaobi
Chimaobi era un hombre de costumbres fijas. Rezaba cada mediodía en la mezquita de la M-30. No saludaba a nadie, nunca quería dar la mano y a veces tenían que obligarle a salir porque se quedaba dormitando tumbado en las alfombras de la zona de oración. Debía resultarle mucho más acogedor que cualquier rincón del parque de al lado, el Salvador de Madariaga, entre el templo musulmán y el tanatorio de la M-30, donde dormía cada noche desde hace mes y medio
Chimaobi Nwigwe Uzochukwu, nació en el 76 (35 años), es nigeriano, tiene varios antecedentes policiales –por atentado contra agente de la autoridad y por infracción a la Ley de Extranjería– y ayer consiguió sembrar el pánico junto al tanatorio madrileño tras arrebatar el arma reglamentaria a dos policías nacionales. Podía haber ocurrido una tragedia, pero la historia quedó en tres agentes heridos, dos de ellos graves.
Aunque todos los que le han visto coinciden en destacar la enorme complexión física del africano (entorno al metro noventa y los cien kilos de peso), él sabía que dormir en la calle era peligroso. Descansaba con un ojo abierto y sin soltar un machete que le aportaba seguridad. No se fiaba de nadie. Dicen que su expresión era una mezcla de ira y miedo, que vivía en tensión. Llevaba al menos desde principios de agosto pernoctando en el parque. Sólo comía una vez que se ponía el Sol. Al principio pensaban que era porque, como buen musulmán, cumplía con el ayuno obligatorio del Ramadán pero continuó con los mismos hábitos hasta ayer, cuando hizo uso de su machete. No lo utilizó contra ningún delincuente o «gracioso» que fuese a perturbar su sueño. Nadie fue a atacarle. pero el debió sentirse intimidado cuando una pareja de policías se le acercó para identificarle. Acabó agrediendo con su arma a tres policías y logró quitar el arma a dos de ellos. El arrebato de locura le ha costado a Chimaobi dos dedos de una mano, que perdió en el forcejeo y, seguramente, unos años en la cárcel.
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