Ciencias humanas
El supercerebro de los toreros
El doctor Antonio Alcalá saca a la luz los secretos del comportamiento del cerebro de los matadores
Madrid- «¡Torero, torero!». Con o sin el traje de luces, es el gran piropo de todos los tiempos, que seguido del aplauso generalizado ruboriza hasta al más modesto del ruedo. El universo de la tauromaquia rebosa de arte, pasión y magia. Son sobrenaturales, «machos alfa que seducen a la masa». Y es que para echarse el mundo por montera hay que tener mucho valor y, aunque no lo crean, también cerebro. Así lo asegura el profesor Antonio Alcalá Malavé, neurocientífico y bioquímico que el pasado miércoles presentó su trabajo «La magia de la mente del torero» en Las Ventas.
Una faena científica que abandona los tópicos sobre este oficio y desvela las claves, desde la bioquímica cerebral y la biología celular, del comportamiento del cerebro de los matadores.
«La mente de un torero no es una mente normal», afirma con contundencia. Y es que, según sus investigaciones, el cerebro de los matadores está moldeado por el miedo. Lejos de lo que pueda creerse, ellos sienten miedo con mayúsculas, pero es precisamente éste el que origina que «su cerebro se modifique». «Emite a una frecuencia distinta a la del resto de humanos: a una paranormal», asegura. Además, sostiene que a diferencia de la mayoría de los humanos, que sólo utilizan el hemisferio izquierdo, los denominados «diestros» utilizan ambos. De forma que no analizan, sino que sintetizan y se dejan llevar por la intuición: «Los toreros son mediums que intuyen lo que va a ocurrir. Son capaces de cohesionar todas sus células a la velocidad de la luz. Por ello, cuando torean, entran en lo que se llama ‘‘coherencia lumínica'', es decir, despiden luz por la gran capacidad de energía que liberan».
Y aunque hay mucho de razón en su comportamiento, el corazón también cuenta a la hora de salir por la puerta grande. «Uno de los mayores reservorios de electromagnetismo del torero no es el cerebro, sino el corazón», sostiene Alcalá. Al parecer, ellos perciben que, cuando «el corazón emite una frecuencia de compasión y amor, pueden acercarse al animal y torear mejor». Mientras que si se comunica una frecuencia de «temor u odio, es mejor no acercarse al toro porque, habitualmente, terminan siendo cogidos». En este sentido, el psicólogo clínico Pedro Rodríguez considera que «el miedo es un mecanismo de defensa que tenemos los humanos». Y cita como ejemplo a José Tomás: «Está en otra dimensión, y aunque afirma no tener miedo, sabe que es el instrumento que necesita para realizar su arte con éxito».
Asimismo, explica que ciertas sustancias que todos poseemos en nuestro cerebro, como la dopamina, la norepinefrina y la serotina, aparecen en mayor cantidad, «teniendo como consecuencia una repercusión directa en el qué y cómo sienten, sufren y viven». Por ejemplo, «el neurotransmisor que hace que toree a la perfección es la dopamina, la misma sustancia que secretan los enamorados, mientras que la que le hace torear con felicidad, la serotina». El alto nivel de dopamina podría explicar que apenas exista la enfermedad del Parkinson entre los matadores, ya que ésta se produce por la bajada de este neurotransmisor.
Infieles fuera de la plaza
Incluso su fama de «donjuanes» encuentra una explicación lógica en este estudio. Y es que siempre se ha dicho que echarse el capote conlleva ciertos atractivos irresistibles para las mujeres, y, Alcalá está dispuesto a desvelar su gran secreto: la falta de temor estimula a que las mujeres se sientan atraídas por el hombre que torea.
No obstante, su cerebro fuera de lo normal no les libra de algunos «males». Y es que el tercer neurotransmisor, «la vasopresina, que el matador segrega en menor cantidad, le predispone biológicamente a la infidelidad: es lo que se llama un efecto colateral de ser torero». Son capaces de amar hasta el extremo, pero, a consecuencia de su bajo nivel de vasoperina, son más infieles. Entre los otros efectos que produce «coger al toro por los cuernos» se encuentra su afán de sobreprotección de su círculo cercano. «Su alto índice de testosterona hace que sean muy protectores con su ambiente, con su clan, y muy poco cercanos», asegura Alcalá.
Pero no se lleven a engaño: los toreros no están hechos de otra pasta, simplemente han aprendido a usarla de forma distinta. «Utilizan recursos propios y otros no usados por las personas normales» con el propósito de rematar la faena.
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