País Vasco
Los «verificadores» dicen que «ETA sigue activa»
MADRID– No se recuerda algo parecido en la lucha antiterrorista. La llamada Comisión Internacional de Verificación (CIV), creada durante el «proceso» que socialistas y nacionalistas pactaron con ETA durante la anterior legislatura, para que el Partido Popular no ganara las elecciones, o, al menos, no por mayoría absoluta, publicó una nota ayer en la que interpreta los hechos en función de los intereses de la banda criminal.
Según expertos antiterroristas consultados por LA RAZÓN, no resulta de recibo que la CIV, en función de las informaciones recabadas de grupos y partidos y sindicatos que están a favor del «proceso», dé por «verificado» el supuesto alto el fuego y cese definitivo de actividades. Eso corresponde únicamente a las Fuerzas de Seguridad.
No es casualidad, según las citadas fuentes, que la nota se conozca en la víspera de que el lendakari Patxi López se entreviste con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, para pedirle medidas a favor de los presos de la banda. «Todo formaba parte de un guión, perfectamente definido, que la victoria del Partido Popular en los comicios dejó paralizado».
El CIV, dice la nota, considera que las declaraciones de alto el fuego y fin de la violencia de ETA forman parte de un proceso irreversible y que la banda no tiene intención alguna de cometer u organizar actos de terrorismo o violencia en el futuro.
Para justificar que prosiga con sus actividades criminales, señala que ETA sigue siendo una organización clandestina y armada. Como tal, sigue cometiendo actos ilegales como la falsificación de documentos y el mantenimiento de arsenales. A pesar de que estos actos son ilegales, no están necesariamente relacionados con la preparación de actos violentos, aseguran, sin explicar las razones para tener tanta seguridad.
Los expertos se preguntan si no estaremos viviendo en el País Vasco una situación sin precedentes, en la que una minoría, apoyada por una supuesta mayoría, impone una mentira al conjunto de la población en función del principio de que no hay nada más placentero para los oídos que lo que se quiere oír, y se esté viviendo una especie de «síndrome de Estocolmo» por parte de quienes deberían denunciar esta situación.
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