Literatura

El Cairo

Las momias esperan a Mubarak

Arqueólogos españoles cierran las excavaciones de Luxor donde trabajan

El equipo de arqueólogos llegó el jueves a Madrid. Entre ellos, el director José Manuel Galán (segundo por la derecha) y José Miguel Parra (primero por la izquierda)
El equipo de arqueólogos llegó el jueves a Madrid. Entre ellos, el director José Manuel Galán (segundo por la derecha) y José Miguel Parra (primero por la izquierda)larazon

En la excavación de la cámara más interna de la tumba de Hery se ha producido el hallazgo del día: la roca correspondía al brocal de un pozo funerario». Esta es la última entrada del «diario de abordo» del único grupo de arqueólogos que se encontraba trabajando en Egipto. Restauraban una cámara sepulcral de 3.500 años en Luxor hasta que su director, José Manuel Galán, tomó la decisión más difícil de su vida profesional: cerrar la excavación, lacrarla con el sello del servicio de antigüedades y cerrar la tumba a cal y canto, hasta enero del año que viene. Si Horus lo tiene a bien. Y eso que había un hiato insalvable entre lo que sucedía en el norte y en el sur del país: en El Cairo se producía la marcha del millón de personas y en Luxor los tanques servían para secar la ropa. Haz y envés de una revuelta.

«No regresamos con las maletas cargadas de batallas. En Luxor la vida transcurría con normalidad», aclara José Miguel Parra (autor de «Momias» y «Eso ya existía en tiempos de los faraones», de próxima aparición) quien, junto a los diez miembros de la expedición, aterrizaba este jueves en Madrid. Nunca fue más cierta la máxima periodística: «no news, good news».

Con un dejo de tristeza cerraban el jueves las puertas de su yacimiento los miembros del «Proyecto Djehuty» (un escriba real, supervisor del tesoro y de los artesanos de la reina Hatshepsut, una de las pocas mujeres egipcias que ejerció de faraona, hacia el 1470 a.C.) para regresar a casa, por primera vez en una década de excavaciones, con su agenda laboral por concluir. Perfectamente informados de los disturbios de El Cairo y Alejandría, «tratábamos de prevenir un problema. Es como si estás en alta mar pescando: aprendes que si hay nubes en el horizonte: hay que regresar a tiempo», cuenta didácticamente el miembro del CSIC José Manuel Galán. Y ante los cirros, cúmulos y nimbos que se ciernen sobre la capital cairota, hicieron sus maletas en la cuarta de las seis semanas anualmente programadas para trabajar removiendo la tierra fértil del Nilo: «Fue una decisión preventiva», asegura el director del proyecto Djehuty. Mientras medio mundo recibía la noticia de que el flamante nuevo ministro de antigüedades, Zahi Hawass, había clausurado las excavaciones, «en Luxor, sólo se nos recomendó que no llevásemos obreros al yacimiento».

Para comprender este punto hay que saber que en cualquier excavación ningún forastero, por muy arqueólogo que sea, «toca tierra». Los encargados de remover y desenterrar son los «obreros» egipcios. Son los responsables de llegar hasta el «hallazgo» para entregárselo a examen a la expedición extranjera. Si no hay obrero, no hay excavación. Todo, bajo la supervisión de un inspector del servicio de antigüedades, que vigila que ni un solo guijarro del patrimonio nacional salga del país.

No obstante, los egiptólogos del CSIC son optimistas. «Creo que volveremos en enero del 2012»., dice su director. Con un acento de ternura, tanto el jefe de la excavación como uno de los miembros, José Miguel Parra, aseguran que llamarán para saber de su «equipo allí y del personal del hotel». «No olvides –aclara el doctor Parra– que en seis semanas logran el sueldo de un egipcio medio en un año. La despedida ha sido dolorosa porque les dejábamos en malas condiciones económicas».

Mientras en El Cairo se produce una «revuelta» que pudiera derivar en una «revolución», en Luxor, los diez arqueólogos vivieron en paz, se cruzaron con escasos tanques de un ejército que, hoy, es pro-americano –igual que antes fue prosoviético– e ignorantes de la mano negra que mece estos disturbios. Mientras falta el pan y la sal en a capital, en Luxor no hablaban el idioma de la carestía. Cuando en la Plaza de Tahrir reventaba de disturbios, a la vera del sepulcro de Djehuty, cenaban en paz en la terraza del hotel.

Verles arribar en aeropuerto madrileño, sin aspavientos, es un bálsamo de cordura. Son trabajadores sensatos, especialistas nada atildados, doctores que escoran cualquier hipérbole, con la única premisa en el horizonte de descerrajar dentro de 12 meses, el yacimiento en el que trabajan y seguir explorando en el enterramiento del escriba real. ¿Por qué el mundo se divide en gente que vuelve del bar y lo cuenta como si viniera de la guerra, y gentes que regresan de una batalla y lo cuentan como si vinieran del bar?