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La farsa por Alfonso Ussía
No es una fiesta de «La Cultura», como ellos pretenden, sino el reparto de premios de una industria al borde de la quiebra
El cine es farsa y figuración. Cuando se hace bien la farsa es arte, y cuando se hace mal, como en España, es industria ruinosa, bazofia pura. El mundillo de la farsa dentro de la sociedad cabe en un ombligo. Un ombligo habitado por quienes, acostumbrados a la farsa de su dignísima profesión, la han adaptado también para sus vidas. En España se ha producido muy buen cine por unas pocas pesetas invertidas por los productores, y se ha hecho un cine abominable, aburrido, tostón, reiterativo, politizado y coñazo con millones de euros de los contribuyentes. Y una vez cada año, la farsa se reúne para repartirse unos premios que se conceden a espaldas de la realidad y la lógica. Si la farsa fuera coherente y agradecida, este año tendrían que haber llovido las candidaturas sobre la última película de Santiago Segura, «Torrente 4», que ha salvado, desde la libertad de los espectadores que pasan por taquilla, al resto de los bodrios producidos.
Pero la farsa es envidiosa, y no tolera deserciones en sus filas ni independencias artísticas, industriales o económicas. De ahí que los premios que reparte con el nombre de un genio universal, Goya, se hayan convertido en una mentira distribuida entre la mediocridad y la militancia que a muy pocos interesa.
Me informan los entendidos, que técnicamente, el rodaje de «Torrente 4» se ha llevado a cabo con altísima calidad. Puede gustar o no el personaje de Segura, pero nadie puede poner en duda que se trata de un tipo que en algún momento, en alguna secuencia, nos recuerda a todos nosotros. Es un personaje nacido de la realidad más abrupta de nuestra sociedad, y su éxito en taquilla –el único del año–, es mucho más importante y fundamental que las críticas de los beatos de la sabiduría y de los concededores de bulas.
En esta edición, ya está decidido, va a ganar Almodóvar muchos kilos de bronce representando al humillado genio de Fuendetodos, porque así lo ha decidido el sistema. Gracias a esa generosidad anticipada del sistema, Almodóvar retorna al seno de la llamada «Academia», y todos tan contentos. Dieciséis nominaciones. Competirá con cuatro películas, cuya opinión acerca de su calidad e interés me está vedada porque no las he visto. Ellos se lo guisan y ellos se lo comen, y me parece bien siempre que no pretendan que también los contribuyentes les paguemos la ombliguera celebración y posterior fiesta. Es noche de llantos y abrazos, de envidias viperinas sonrientes, de elogios que no se sienten y de plagios hollywoodenses llevados hasta el extremo más decidido de la cutrez y la horterada. Pero no es una fiesta de «La Cultura», como ellos pretenden, sino el reparto de premios de una industria al borde de la quiebra que sobrevive gracias a unas ayudas económicas, de las cuales, los que ayudamos, no hemos sido consultados para ejercer el derecho a la voluntariedad.
La gran farsa de la envidia establecida. Formidables actores y actrices jóvenes que ascienden y chocan con el tapón que les impide brillar en libertad. Un tapón sobre el que viven unos cuantos y una botella repleta de talento nuevo que aprisiona a los que amenazan con retirar a los farsantes establecidos. Siempre los mismos con alguna novedad bien calculada para despistar.
Siento tener tan baja y mala opinión de la industria quebrada del cine español. Los culpables han sido ellos, los que predominan sobre los demás, los que se creen propietarios de ese ombligo, ya olvidado por el cuerpo libre de la sociedad. Pero les deseo que se lo pasen bien en la fiesta. O en la farsa.
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