Crítica de cine

OPINIÓN: Torrente por Pedro Alberto Cruz Sánchez

Hay dos maneras de plantear la valoración de un proyecto como el de la saga Torrente: entendiéndolo por defecto o por virtud. En el primer caso, nos encontraríamos ante la obra de alguien con un pésimo criterio estético y narrativo, que no ha sabido sustraerse a la «moda de lo peor» que invade zafiamente la cultura visual contemporánea; en el segundo, estaríamos hablando de un genio, Segura, que conoce el tejido industrial español mejor que nadie.

La Razón
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Yo me apunto a esta segunda opción. No hace mucho, durante la celebración de una cena en la que coincidimos, le apunté a que su cine me parecía la continuación lógica del landismo y del ozorismo. La observación le pareció un halago.

 

Y es que, al respecto de estos dos registros del cine español hay que realizar un par de precisiones: de un lado, que han sabido reflejar mejor que ningún otro producto cultural el modus essendi de la sociedad española; y, de otro, que pese a las «terceras vías», los esfuerzos heroicos de productores como Elías Querejeta y otros modelos alternativos, se han encargado de sostener, durante mucho tiempo, el escuálido cuerpo industrial del cine autóctono. Nada de esto es incompatible con que adoremos a Bresson, a Tarkovski, a Wenders, porque, en realidad, se trata de expresar mediante singularidades distintas una misma cosa: un conocimiento exhaustivo de la máquina narrativa cinematográfica. Segura es un tipo culto, que evidentemente no hace pose de ello, pero que vierte en cada una de sus realizaciones un mosaico antropológico agudísimo de la sociedad española. Algunos dirán que los diferentes personajes que componen la saga constituyen hipérboles inasumibles por cualquier escenario real mínimamente civilizado. Pero, en este caso, y habida cuenta de la deriva extremista y grotesca en la que se halla inmerso este país, Torrente podría pasar por ser perfectamente una mirada idealizada hacia nuestro entorno. Que la realidad supera a la ficción es una evidencia que, de manera contumaz, nos deja nuestro día a día.