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El Cairo

En busca de democracia por Michael Rubin

La Razón
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Las condenas del Departamento de Estado fueron fulminantes cuando el Tribunal Constitucional Supremo Egipcio anuló el resultado de los comicios parlamentarios de Egipto. «No puede haber una vuelta atrás en la transición democrática a la que está llamado el pueblo egipcio», afirmó la Secretario de Estado Hillary Clinton. Irónicamente, las acciones del Tribunal podrían ofrecer una agradecida segunda oportunidad de obtener un sistema democrático libre y justo. Aunque se retrató la intervención del tribunal como «un golpe judicial», hay precedentes que apuntan en otra línea. En 1987 y en 1990, se valió de los mismos tecnicismos para disolver el Parlamento egipcio. Su objetivo por entonces era consolidar la dictadura de Hosni Mubarak. El decreto de la pasada semana puede preservar una oportunidad de democracia marchita en el altar del populismo islamista.

La Hermandad Musulmana y sus aliados dominaron los primeros comicios libres de Egipto celebrados a finales del pasado año, llevándose más de 70 por ciento de los escaños parlamentarios. Mientras que la Asamblea Nacional egipcia fue en tiempos un organismo dedicado a la aprobación automática, el nuevo Parlamento no tiene nada que ver: su tarea no es simplemente legislar, sino redactar una constitución que marcará a Egipto. He aquí el problema: el Parlamento ha dejado de representar a la opinión pública egipcia. La popularidad de la Hermandad Musulmana alcanzó su apogeo en diciembre. Aunque la formación sobrepasó los diez millones de votos en las parlamentarias, cuatro de cada diez votantes buscaban otras opciones seis meses más tarde. Los egipcios habían votado a los islamistas al principio no porque compartieran el programa del grupo de forma uniforme, sino más bien porque los partidos islamistas protagonizaron campañas electorales ostentosas y bien organizadas que sacaron tajada de décadas de populismo. En la oposición, la Hermandad podía prometer a los egipcios la luna: acabaría con la corrupción y el nepotismo, implantaría servicios públicos eficaces, subiría los sueldos, garantizaría por Ley la vivienda y el empleo y restauraría la justicia social. Dar algo a todo el mundo, sin embargo, no sólo exige dinero, sino también algo más. La Hermandad no solamente no ha cumplido, sino que cada vez más parece no intentarlo siquiera. Prescindió de los interlocutores moderados de lengua inglesa que habían encandilado a la Prensa occidental en la Plaza de Tahrir, y ha puesto en su lugar a los conservadores religiosos intolerantes y manipuladores. El presidente Obama tiene la oportunidad de implantar una verdadera agenda de libertad. Hablando en El Cairo hace tres años advirtió: «Las elecciones no constituyen por sí solas una verdadera democracia». Egipto se encuentra en una encrucijada. Un camino conduce al caos y el otro, a la dictadura. Mientras, las dos partes se deslegitiman mutuamente; Obama tiene una oportunidad extraordinaria de coger el testigo donde lo dejó Bush y apoyar el crecimiento de movimientos nuevos que suscriban los valores de los manifestantes originales de la Plaza de Tahrir.

 

Michael Rubin
Miembro del American Enterprise Institute