Afganistán

A cara descubierta

La Razón
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Ser mujer en la mayoría de las sociedades musulmanas tradicionales y levantar la voz, los brazos y la mirada para denunciar la corrupción, la violación de derechos o el terrorismo de Al Qaeda es un sueño que suele mudar salvajemente en pesadilla. Las mujeres que lo hacen suelen ser asesinadas, incluso por su propia familia, que se avergüenza de los delirios de libertad y dignidad proclamados por las gargantas femeninas. En países donde conducir, vestir pantalones o mantener una conversación sin el permiso del marido, más que un milagro es una temeridad disfrazada de heroicidad, hacerse visible es casi un suicidio.

Pero ellas lo hacen. Se merecen el premio no por ser mujeres, sino porque a pesar del lastre que supone su condición femenina –por el peso de la tradición, no de ninguna religión– luchan por mostrarse. Las tres han plantado cara a las injusticias y se la han partido. Ahora quieren mostrar su rostro y hacerse escuchar. Sin disfraces, a cara descubierta. Una de ellas, Tawakul Karman decidió arrancarse el niqab mientras impartía una conferencia: «Descubrí que no es apropiado para la mujer. La gente debe verte. Mi religión no habla de llevar velo. Sólo es una tradición».

Casualmente, ayer se cumplían diez años de la entrada de los talibanes en Afganistán, artífices de la mayor ignominia contra las mujeres, parapetadas bajo burkas azules para esconder el analfabetismo del 84 por ciento de las afganas, suicidios como muestra de rebeldía y leyes que permiten castigar sin comida a la mujer si no satisface sexualmente al marido. Sólo por borrar ese infierno, la Primavera Árabe merece florecer con el Premio Nobel de la Paz.