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Cada oveja por Pedro Alberto Cruz
Reconozco que el persona-je al que va dirigido lo que sigue no es santo –ni demonio- de mi devoción, por dos razones fundamentales (hay muchas otras, pero esas las dejo para los que tengan intereses políticos o de ascenso en su partido). La primera, porque fue causante –o coautor- de uno de los disparates mayores que ha padecido la enseñanza (con el daño colateral de la devaluación de las cátedras); la segunda, aún más personal y más dolorosa afectivamente: su comportamiento ruin al filtrar intencionadamente una información que convertía a la víctima en culpable.
Dejada clara mi postura, también debo añadir que cada cual puede tener en su casa la «con perdón» que mejor le huela, pues, creo, nuestro ordenamiento constitucional nada dice en contra. Ítem más, cada cual es libre de elegir la compañía que mejor le cuadre para sus intereses (pudiendo cambiar cuantas veces sean necesarias según lo exija el guión), y viajar cogido de su brazo hasta que otros los separe.
Si en las relaciones humanas las parejas, de facto o de iure, se separan, buscan nuevas oportunidades e incluso, en un proceso que no tiene porque ser esquizofrénico, hasta llegan a restablecer la cohabitación, qué no se puede esperar en el asunto de la política. Es por esto por lo que me parece fuera de lugar, aunque propio del no mentado, que eche en cara a los demás sus compañías y se jacte de las suyas.
Dicho esto, el poco meollo de la cuestión queda aclarado cuando se completa la frase y se asigna a «cada oveja su pareja…», a lo que podría añadir «a cada uno lo suyo», «dame pan y dime tonto», «dime de lo que presumes y te diré de lo que careces», «a buen entendedor con pocas barbaridades -¡perdón, palabras!- basta», «cuando me interesa me arrimo a la sombra de tu árbol» (versión libre), y «nada hay oculto entre cielo y tierra» (espero que pronto el velo se rasgue y queden al descubierto las miserias). Amén.
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