Museo del Prado

Rubens se amontona en El Prado

El museo expone en orden cronológico y a la manera de los gabinetes reales todos sus cuadros del pintor flamenco, casi un centenar. Las obras se exhiben sin carteles y con una separación de pocos centímetros

Rubens llega a El Prado
Rubens llega a El Pradolarazon

Ni siquiera el director del Museo del Prado, Miguel Zugaza, sabía cómo definir la muestra que hoy se inaugura. Cuando el visitante entra en la sala, ya sabemos por qué: no esperen franjas de tonos pastel rodeando los cuadros, aislando las escenas. Noventa obras en fila, separadas por dos centímetros, cubren las paredes de dos salas en algo que se parece más a una proyección de cine de 360 grados. «No sé si es una instalación, un almacén visitable o un gabinete real», comentaba con ironía Zugaza en la presentación de «Rubens», a secas. Es una invitación a tirar del hilo de la vida del pintor flamenco a través de la mejor colección de su ingente obra que puede verse en el mundo. «A Rubens no hay que reivindicarlo críticamente, sino popularmente. Tenemos que ponernos solos frente a él», añadió.

Hay una razón de ser para esta singular presentación de una retrospectiva. «No queríamos dirigir la mirada. En los museos se jerarquiza mucho con la ubicación de las obras y hemos buscado retirarnos», explicó el jefe de Conservación de Pintura Flamenca y Escuelas del Norte del Prado, Alejandro Vergara. «Queríamos presentar su obra menos cocinada y desde un punto de vista estrictamente cronológico. Que cada uno dirija su mirada adonde quiera».

La sorprendente disposición de cuadros separados apenas por comas hace sucederse a piezas modestas y cuadros de gran formato y, según Vergara, destapa el hilo conductor de la obra de Rubens: «Parece que un cuadro responda al anterior y anticipe lo que pintaría después». La impresión a la que se refiere Vergara es la del movimiento continuo, el baile de figuras con un pie adelantado o las manos hacia el cielo. «Es un coreógrafo. Su obsesión es captar la figura humana, el cuerpo en movimiento», explicaba Vergara. Con otras palabras, «una visión exaltada de la vida», porque, para Vergara, Rubens fue «un poeta que cantaba a las pasiones del alma». El recorrido por los años se hace sin carteles, sin explicaciones más allá de algunas citas poéticas en la parte alta de los muros de la sala. Suerte que hay una pequeña guía gratuita disponible, porque en el abigarramiento de las paredes no caben ni los nombres de las piezas.

La obsesión de Felipe IV

Una introducción presenta a Rubens como triunfador en vida, admirado pintor de aristocracias y cortes, entre ellas, la española. Por eso pudo completar más de 1.500 obras, con la ayuda de un estudio, y la mayoría se conserva hoy, pero muy dispersas por colecciones de todo el mundo. Era el favorito de Felipe IV, que le encargó decenas de cuadros para decorar palacios y casas de campo como el pabellón de caza del Monte del Pardo. El monarca los exponía en los muros de sus dependencias tal y como en el Prado se presentan, amontonados. «Fue tal su obsesión que de muchas de las obras que poseía encargó duplicados», explico Vergara, e incluso, hasta hace poco, una de las obras que hoy se le atribuye, la «Briseida devuelta a Aquiles por Néstor», estaba considerada una reproducción. Tras la muerte del propio Rubens, Felipe IV adquirió buena parte de las obras que conservaba en su poder, algunas de las más valoradas hoy. Por esta pasión privada El Prado guarda una de las mejores colecciones de su obra que se pueden ver en el mundo.

Las piezas principales, «Lucha de San Jorge y el dragón», «San Pablo», «El jardín del amor», «Las tres gracias», «El rapto de Europa» o «Saturno devorando a un hijo», ya podían contemplarse en otro contexto, pero en torno a una veintena de cuadros han estado una década en el sótano. Según Vergara, las 91 obras atribuidas –hay algunas más dudosas– al flamenco volverán a verse íntegramente en la Galería Central del Museo cuando terminen las obras de rehabilitación.

El recorrido pictórico parte de la figura rotunda, del mínimo detalle del brillo de la armadura de San Jorge. «Un estilo ‘‘miguelangelesco'', escultórico y rotundo que se va transformando en más desvaído, más vaporoso», informó Vergara. Entonces cobra fuerza lo poético: «Cuando uno lee a Virgilio u Homero se imagina esa representación de las emociones». Rubens fue un gran conocedor de la cultura clásica y terminó trabajando para la corona española como diplomático. Visitó en algunas ocasiones Madrid, donde se cree que pudo compartir estudio con Velázquez. «Conservamos multitud de cartas suyas, y parece bastante acreditado que se alojó junto a Velázquez y que pintó incluso el mismo paisaje del Manzanares. El cuadro está perdido, pero existen grabados de la misma vista», dijo Vergara.

Los cuadros de ambos volverán a exponerse junto a los de otro contemporáneo, Tiziano, cuando acaben las obras. Pero será como suelen hacerse las exposiciones. Con puntos y aparte.


El detalle: flamenco, flamenco
En una de sus cartas, Rubens lamenta «que se haya perdido la belleza de los antiguos, los cuerpos de los porteadores, los gladiadores y los bailarines». El baile era para el pintor flamenco una celebración de la vida, y seguramente le habría gustado la iniciativa del Prado, que, en lugar de editar catálogo, presentará un documental sobre su obra en el que intervienen personalidades ajenas al arte, como el bailaor de flamenco Israel Galván. Pero los académicos pueden estar tranquilos, Vergara anunció ayer que en un plazo de «cinco años» estará listo el catálogo completo de pinturas de la escuela flamenca en el Museo, del que no había edición desde 1975.