Y alguna desgracia

Está de buen humor Ventura. Y es optimista frente al futuro, aunque todavía nos estén cayendo de punta. Desde esa actitud positiva, desde ese «buen rollito», ha concebido «Año de gracia», que protagoniza un joven con ganas de independizarse de todo y la avinagrada señora que lo acoge en su casa mientras el chico intenta buscarse las habas en Barcelona. Pronto, sin embargo, se da cuenta de que nada resulta tan fácil como creía, sentado en su casa de pueblo: la susodicha mujer es francamente insoportable, las clases en la Universidad de Bellas Artes no le parecen provechosas y pintar un buen cuadro parece más complicado de lo que pensaba. Pero, insiste Pons, la vida es en el fondo bella, de ahí que el cineasta haga un requiebro al guión para que los polos se atraigan, las cuentas cuadren y todos coman perdices al final aunque éste sea de tralla y no tenga una por dónde cogerlo, con una pitonisa morena echadora de cartas y, detrás, los palmeros, que parecen escapados de un enloquecido tablao flamenco. Tanta impostada alegría y qué poca garra, emotividad y pasión.