Desarme de ETA
Una victoria de todos
En España, hemos estado sufriendo la actuación de la banda terrorista más longeva de Europa. Tenemos este triste récord. El terrorismo, como sucesión de actos de violencia que se caracteriza por inducir terror en la población civil de forma premeditada, ha aparecido en Europa bajo diferentes siglas y con diferentes objetivos, pero todas ellas han estado ligadas por la misma sinrazón. El terrorismo pasó de ser una actividad esporádica, limitada en sus fines concretos y territoriales, muy personalizada en lo que a ejecutores y víctimas se refiere, a convertirse en una actividad criminal masiva, difusa e indiscriminada, tanto por el objeto del daño como por la ubicuidad espacial que le prestan el desarrollo técnico y la complejidad y el perfeccionamiento de los medios empleados para llevarla a cabo. Pero todo terrorismo ha tenido un elemento en común, un elemento involuntario, pero a la vez necesario, las víctimas. Hoy por hoy, ETA sigue existiendo y, aunque no nos cabe duda a nadie de la victoria definitiva, no podemos relativizar el fenómeno por la falta de actuación criminal concreta, puesto que una banda terrorista, por el mero hecho de existir, determina la comisión de un hecho delictivo. Mucho ha sido lo que la sociedad española en su conjunto se ha dejado por el camino, y eso no podemos ni debemos olvidarlo. El final de este fenómeno terrorista sólo puede producirse mediante la victoria y el triunfo real de una democracia sobre una barbarie, en el que el Estado de Derecho se despliegue con todas sus consecuencias y no sólo con las más oportunas. No caben espacios de impunidad ni de olvido del delito. La sociedad española se merece la victoria y el éxito, y están a punto de llegar. Ahora bien, este esperado triunfo será fruto de un esfuerzo común de todos los gobiernos de la democracia y, sobre todo, de la sociedad española, la cual ha soportado con dignidad y sin reacciones criminales semejante barbarie. Más allá de errores como los GAL o extraños procesos políticos, la reacción de la sociedad española y, en especial de las víctimas, ha sido ejemplar y se merece por ello no sólo la derrota definitiva de ETA, sino y también una victoria moral. Ha ganado la Ley, ha ganado la dignidad y sobre todo ha ganado la democracia. Cualquier derivada fruto de un nuevo diálogo o apaciguamiento, lenguaje anfibológico, u otro tipo de reacción oportuna, supondrá languidecer esta victoria hasta convertirla en un desistimiento, y esto no puede ser. Cualquier anuncio por parte de ETA del fin de su existencia no es algo que por esperado haya de agradecerse a los responsables de su existencia: los criminales. Éste será fruto de una lucha eficaz frente a su actividad, y el que pretenda atribuirse rentabilidad política con el mismo estará abusando y sirviéndose de una sociedad que siempre ha luchado y creído en este final. Al igual que la delincuencia de ETA nunca nos ha movido de nuestro camino inexorablemente democrático, su fin tampoco puede ni tan siquiera intentar apartarnos de esta senda, de sus instrumentos y de su reglas. Tenemos una Constitución, tenemos unas leyes, y sólo la voluntad soberana del pueblo español, puede alterar alguna de estas reglas y ello mediante las mayorías legalmente establecidas. No hay otro camino, no hay otro atajo. El día que se produzca el comunicado de ETA esto sólo puede verse como una derrota, porque de lo contrario se convertiría en un éxito para el criminal, y aquí no hay partes, no hay posturas, no hay concurso de voluntades, sólo hay una sociedad soberana y unos delincuentes que tienen que deponer su actividad, sus armas y esperar la aplicación de las consecuencias legales, con la generosidad y clemencia que la propia ley permite. Mientras tanto, y en el futuro, cada uno tiene que hacer lo que le corresponde; a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, seguir combatiendo la propia existencia de una banda criminal; a la Justicia, enjuiciar sus conductas y a los responsables políticos, seguir con el ejercicio de políticas que permitan hacer su trabajo a jueces y policía y no al contrario. En la historia de la lucha terrorista siempre hemos aprendido de una forma dolorosa que los atajos de uno u otro tipo lo único que han conseguido es hacernos más débiles y, hasta cierto punto, ofrecer legitimaciones inexistentes a una criminalidad sin razón. Y esto no puede ni debe volver a repetirse. Sólo queda esperar la victoria total. La única forma de que no exista ninguna duda legal sobre determinadas y conocidas fuerzas políticas es que ETA no exista, así de sencillo, así de fácil. En definitiva, cuando llegue el esperado final, mejor antes que después, lo celebraremos como una victoria común y que nadie lo estropee atribuyéndose falsos protagonismos. Sería un error histórico, además de un acto egoísta y miserable.
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