Sudáfrica

«Jabulani»

La Razón
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La España actual, sumida en una ruina económica y moral, está necesitada de gestas que le den alas a la ilusión colectiva. Fue una poetisa rusa quien escribió que «lo peor de la vida no es no cumplir nuestros sueños, sino no tener sueños que cumplir». La ilusión es el motor de la vida. Por eso celebramos lo que nunca nos ha faltado: idealismo, esfuerzo y valentía. Lo celebró Píndaro con los epinicios, loas de la victoria en los juegos panhelénicos. Lo celebraron los pueblos primitivos y lo celebramos ahora nosotros, las tribus de la globalización. Nada mejor para ello que «jabulani», palabra que en lengua zulú significa «celebrad». Fue elegida por la FIFA para denominar el objeto del ensueño: el balón con que hay que batir la meta adversaria. Es un balón de once colores inflado de 32 ilusiones tan rojas como las amapolas que una tras otra, salvo una, fueron cayendo tronchadas en los campos de Sudáfrica 2010. Y digo bien Sudáfrica, como prescribe la RAE, y no Suráfrica. Todos hemos opinado. Ya lo dijo Aristóteles: «el hombre solitario o es una bestia o es un dios». En las culturas latinas la necesidad de afiliación es mayor que en otras. Y, en el fútbol, el sentimiento de grupo se manifiesta de manera radical. Permite reunir a un gran número de personas que comparten una ideología común sin fisuras: la victoria de su equipo. Y, como la vida no está siendo nada fácil, necesitamos de vez en cuando evadirnos de la realidad asfixiante y refugiarnos en un mundo en donde los problemas quedan anestesiados durante 90 minutos. El «jabulani» aporta la magia: nos retrotrae a la infancia. Según el escritor argentino Osvaldo Soriano, el fútbol no es más que «una fantasía, dibujitos animados para mayores».