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Socialismo árabe

La Razón
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Mubarak, ex presidente de Egipto, pertenecía al Partido Democrático Nacional, miembro de la Internacional Socialista hasta las recientes revueltas que lo depusieron de su cargo. Ben Ali, derrocado presidente de Túnez tras los levantamientos del año en curso, fue fundador de la Agrupación Constitucional Democrática, partido político de ideología socialista «democrática». La palabra «democrático/a», que adorna el nombre de tantos partidos y países del mundo –casi siempre de trayectoria socialista, incluso ranciamente soviética a estas alturas–, resulta sospechosa cuando se ondea como una bandera, porque suele esconder justo lo contrario de lo que predica, o sea: una verdadera falta de democracia. El Hermano Líder de la Revolución Muamar el Gadafi, instalado en el trono de la Gran Jamahiriya Árabe Libia Popular y Socialista (con tan rimbombante denominación ya no cupo el apelativo de «democrática»), inició a finales de los años 60 su propia revolución. Socialista, claro. «Jamahiriya», o Estado del pueblo, de las masas, así bautizó Gadafi a Libia, donde quiso experimentar, siguiendo las consignas de su verde revolución, un nacionalismo popular y socialista árabe que, a estas alturas, se tambalea a bombazo limpio después de que dijeran «basta» sus «súbditos». Gadafi representó durante mucho tiempo, y hasta que Reagan le bajó los humos en 1986, una amenaza cuyo hueco ocuparía más tarde Al Qaida: la del terrorismo. El propio Gadafi ha reconocido que no le tiembla el pulso a la hora de patrocinar a terroristas «revolucionarios y anticapitalistas» (las FARC, el IRA, ETA, terroristas palestinos…). Sus políticas anticolonialistas, pro-soviéticas, izquierdistas y antioccidentales despertaron antaño la admiración de muchos intelectuales occidentales fascinados con el fantoche libio, ahora adicto al bótox y a las chilabas psicodélicas. Su propósito de desestabilizar a Occidente molaba muchísimo en un Occidente cuyos intelectuales han pasado décadas odiándolo, y odiándose a sí mismos, con más pasión que el propio Gadafi, contribuyendo así al imparable desprestigio y a la rápida decadencia de Europa, por ejemplo. Con Mubarak, Ben Ali y Gadafi estamos quizás presenciando las exequias del «nasserismo» (Gamal Abdel Nasser) que, en realidad, no había muerto como decían: un panarabismo marxista, disimuladamente islamista, y populista, que llamándose anticapitalista y diciendo actuar por el «bien del pueblo», ha forrado los bolsillos de unos dirigentes dictatoriales, violentos e inicuos, mientras saqueaba los del pueblo al que declaraba liberar. Tal vez esto sea la Caída del Muro de esa pseudo URSS árabe que tenían montada todos ellos. (Los libertadores, ya se sabe…).