África

Oviedo

Bauman otras lecciones de economía

Zygmunt Bauman trae los andares del intelectual despreocupado y genial. Llega por un pasillo con el pelo de las sienes alborotado y un conjunto de gestos deshilachados, lejanos, apartado totalmente de los vocabularios de la coordinación

El filósofo Zygmunt Bauman
El filósofo Zygmunt Baumanlarazon

El sociólogo polaco, de biografía aburrida, según él, tiene las cejas hirsutas, espesas, rebeldes. Unas cejas que le quitan todo el protagonismo a los ojos.

–No sé qué me quieres preguntar, pero de lo que me interesa hablar es de la crisis
–¿Qué aspecto en concreto?
–Las lecciones que no hemos aprendido.
–¿Y cuáles son?

Arrellanado en un sofá azul, en un sofá en el que casi se tumba para dejar pasar a una chica despistada, el creador del término «vida líquida» habla de la economía sin rumbo, de las sociedades expectantes, de las consecuencias del hundimiento financiero. «Esperaba que, como seres humanos, aprendiéramos algo del pasado, pero no ha sido el caso. Estamos en medio de una crisis, después del colapso del crédito, y no sabemos hacia dónde evolucionamos. No hay ningún signo de que aprendamos nada de todo esto. El New York Times ya ha advertido de que se está creando la próxima burbuja».

Para Bauman, que nunca deja de moverse y observar a su alrededor, el flujo de dinero sigue los mismos cauces de años anteriores. «La estrategia no ha cambiado. Se continúa invirtiendo en países emergentes, lejanos y con un nivel de vida muy bajo para obtener beneficios rápidos y tender liquidez en el bolsillo muy pronto». Y recuerda, señalando la lista de un folio con un autógrafo que trae en un plástico transparente, las crisis de México, en 1994; Malasia, en 1997; Rusia, en el 98, Brasil en el 99 y Argentina en 2002. «Son burbujas parecidas a la que ahora sufrimos. Cuando se produce el pánico en esos países, el dinero huye rápidamente». Por eso, insiste: «Repetimos los mismos errores del pasado y eso se debe a la naturaleza de las instituciones económicas y financieras. Continúan utilizando el modelo anterior, el que he descrito, pero eso no nos llevará de vuelta al punto de partida en el que nos encontrábamos antes de que todo esto se desencadenara, porque cada burbuja deja un sedimento y ahora existe un nivel de endeudamiento histórico. Nuestros nietos y bisnietos pagarán las consecuencias de nuestra orgía consumista».

Multiculturalidad
El intelectual coincide con la canciller de Alemania, Angela Merkel, y su idea de multiculturalismo que tanto revuelo ha provocado en Europa. «La palabra es nueva, pero la práctica en Europa, no. Todos los países, España, Francia, Inglaterra, Grecia, hemos vivido la mezcla de religión, culturas y lenguas. Era necesario para crear un marco de convivencia. Pero ahora existe una diferencia con esas épocas. Antes la idea era asimilar a todos los emigrantes para crear una población lineal. No había que preocuparse demasiado. En 20 o 30 años esas diferencias desaparecían. Pero ya no existe dicho intento de asimilación y las diferencias están aquí para quedarse por mucho tiempo. Serán permanentes. Hay que afrontar este hecho, aceptarlo».

Bauman ha analizado a lo largo de su obra las relaciones que se establecen entre el individuo y la sociedad, y por eso ahora explica la fractura que se ha producido entre los gobiernos y la población civil. Una separación que afecta a la credibilidad de los partidos políticos y a la abstención en las votaciones. «Se ha producido un divorcio entre poder y política. Antes era un matrimonio que habitaba en una casa común, el Estado-nación. Pero el poder se ha ido evaporando, subiendo, ascendiendo y ahora está más allá de los Estados y del alcance de los gobiernos. Los políticos carecen de poder global. La política es local y no tiene el poder que otros momentos». Un distanciamiento que ha dejado evidentes consecuencias: «La política ya no tiene recursos para hacer lo que antes hacía ni para acometer lo que prometía. Por eso, los gobiernos han optado por despojarse poco a poco de las funciones que tenían. ¿Cómo lo han hecho? De dos maneras: unas las han vendido al mercado, así ya no están fuera del control del pueblo, y, la segunda, han recurrido a la llamada política vitalicia de los ciudadanos. Ahora son las personas las que tienen la responsabilidad de encontrar soluciones individuales para los problemas».

Bauman, que nació en 1925, todavía no ha renunciado, a pesar de los años que ha cumplido, al placer que proporciona fumar en pipa, en una pipa larga, elegante, muy inglesa, que saca para posar delante de los fotógrafos o para concentrarse antes de perderse por los recovecos de sus ideas y pensamientos. Entre respuesta y respuesta, va desgranando desafíos, problemas, y uno de los que repasa en su discurso es el del paro, el de los trabajadores que han perdido su empleo. «Vivimos en una situación similar a la del campesinado en el siglo XIX. Entonces, el 90 por ciento de la población trabajaba en la agricultura. A finales del siglo XX, sólo el nueve por ciento. ¿Qué hacer ahora con los parados? En el siglo XIX y el XX, con la revolución industrial, los desempleados se marchaban a otros países. Allí había posibilidades. Pero ahora se están produciendo esos parados en Asia y África, que están precisamente aplicando los aprendizajes que les hemos enseñado, y Europa ya no puede absorber más. No tenemos dónde enviarlos. Es una situación sin precedentes en la historia».

Futuro incierto

 Una de las interrogantes que ha quedado suspendida en la conciencia de los europeos es el futuro del llamado Estado del bienestar. ¿Podremos mantenerlo? «Nunca me ha gustado esa expresión –admite Barman–. Mi idea de un estado social es el que garantiza todas las posibilidades a una persona ante las desgracias. Existen serias dudas de que el Estado social sea sostenible en un país independiente, a diferencia de lo que ocurría en el pasado. El 5 por ciento de la población reúne el 33 por ciento de la riqueza. Ningún país por sí mismo puede solucionar eso».


«Una vida aburrida»
Bauman no concede importancia a su comentario. «Mi vida es aburrida». Lo asegura un hombre que nació en Polonia en 1925, en el seno de una familia judía, que se tuvo que marchar a Rusia en 1939, que estuvo en el frente ruso y se le suspendió en 1968 de su empleo en la Universidad de Varsovia por motivos políticos. Su «vida aburrida» le condujo a Israel, después a EE UU y luego a Inglaterra, siguiendo siempre las inquietudes del estudio y el conocimiento. Ahora imparte clases en la Universidad de Leeds (Reino Unido). Estos días recoge, junto a Alain Touraine (ambos en la imagen), el Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades .