Moscú

Putin vuelve al Kremlin de donde nunca se fue

Vladímir Putin retornó hoy en gloria y majestad al Kremlin, de donde en realidad nunca se fue durante los cuatro años que encabezó el Gobierno ruso mientras su delfín, Dmitri Medvédev, custodiaba el sillón presidencial.

Con sus 59 años bien llevados, el exagente del KGB, que el 31 de diciembre de 1999 tomó las riendas de Rusia de manos del desaparecido Borís Yeltsin, inicia la andadura de su tercer mandato, esta vez de seis años, sin rival ni alternativa en el horizonte.

Si sus dos primeros períodos presidenciales (2000-2008) los comparó con la labor de un "esclavo de galeras", su gestión al frente del Gabinete de Ministros la equiparó con un "curso de perfeccionamiento".

Blindado nuevamente por una Constitución que le concede amplísimos poderes, el hombre fuerte de Rusia no presenta la más mínima muestra de agotamiento tras una docena de años en el poder, permanencia que, en teoría, podría extenderse por doce años más, como él mismo ha dado a entender.

En una reciente comparecencia ante la Duma, la Cámara de Diputados de Rusia, Putin se mostró abierto a limitar a sólo dos mandatos el ejercicio de la Jefatura del Estado, pero acto seguido aclaró a los legisladores que la enmienda no afectaría su derecho a presentarse a la reelección en 2018.

De ser aprobada la modificación constitucional, explicó Putin, ésta, como todo ley, no tendría efecto retroactivo.

"Somos todos adultos y sabemos qué significa eso", dijo.

Doce años después de su meteórico ascenso a la cima del poder en momentos de gran incertidumbre para el país -desgarrado entonces por el separatismo, el caciquismo regional y las penurias económicas- Putin retoma formalmente el timón para conducir Rusia por aguas ya más tranquilas pero no exentas de peligros.

Por primera vez el hombre fuerte del mayor país del mundo afronta una oposición real, aunque todavía incipiente, que cuestiona su sistema político, demanda reformas y, lo más importante, se ha revelado capaz de movilizar a decenas de miles de ciudadanos en las mayores manifestaciones de protesta de los últimos 20 años.

Inmediatamente tras el descalabro de los años 90 Putin encajaba perfectamente en el perfil del líder que la sociedad rusa ansiaba: joven, coherente, enérgico, de mano firme, capaz de poner orden en el país y devolverle su antiguo poderío.

Pero Rusia ya no es la misma de comienzo de siglo: los requerimientos de los ciudadanos ya no se limitan a un mínimo de seguridad o de estabilidad económica, sino que se extienden a la necesidad de reformas para democratizar el sistema político.

En su entorno se oyen voces que auguran un "Putin 2.0"para este nuevo período presidencial, pero para algunos opositores esos pronósticos no son más que cantos de sirenas para ocultar su gran objetivo: perpetuarse en el poder.

"Se quedará por lo menos hasta el año 2030", aseguró el político ultranacionalista Vladímir Yirinovski, uno de sus cuatro rivales en las elecciones de marzo pasado.

Jurista de formación y con un máster en economía, Putin es acusado por sus adversarios de ser el principal responsable de la corrupción rampante en el país y de haber convertido a sus amigos de San Petersburgo, su ciudad de origen, en multimillonarios.

Precisamente fue allí, en la antigua capital imperial rusa, donde tras abandonar el KGB con el grado de teniente coronel Putin dio los primeros pasos en la administración pública.

En 1995, tras cuatro años en el Ayuntamiento de San Petersburgo, donde llegó a ser teniente de alcalde, se trasladó a Moscú, donde su carrera adquirió una celeridad pasmosa.

Comenzó en el Gabinete de la Presidencia, luego pasó a la dirección de los servicios secretos, y de ahí a la presidencia del Gobierno, cargo que ejerció apenas unos meses antes de asumir la jefatura del Estado: una trayectoria admirable para haberla recorrido en apenas cuatro años.