África

Trípoli

Una tierra de tribus

Libia, entonces, no era la Libia geográfica de hoy. Libia, para Heródoto y los griegos, era el continente africano, ese paisaje desconocido, que, a partir de las fronteras militares de Egipto, se extendía hacia una paisajística interior de dunas y de sol. Una tierra de remotos, poblaba por monstruos y narrada por leyendas a las que la imaginación, siempre crédula y dispuesta a creer en rumorologías y narraciones, prestaba atención

Paisaje árido Rutas de caravanas atravesaban el desierto Libio, hoy ocupado por la guerra
Paisaje árido Rutas de caravanas atravesaban el desierto Libio, hoy ocupado por la guerralarazon

«Más allá de la región marítima y de los asentamientos de los hombres próximos al mar, Libia está poblada por bestias salvajes; pero más allá de la región de las bestias salvajes no hay más que arena, una terrible aridez y desierto absoluto», apunta aquel Heródoto, cronista curioso, antepasado primero de todos los reporteros, que apenas deslindaba lo fantástico de lo real, quizá porque entonces el pensamiento mitológico y el racional avanzaban por caminos parejos. La historia de esta Libia moderna, que apenas cuenta con siete millones de habitantes, casi todos asentados cerca de la costa, porque la costa siempre ha sido el perímetro permeable por donde ha entrado el comercio, han penetrado las culturas y las gentes, está vinculada a los ajetreos de los imperios, a los vecindajes de todas estas civilizaciones mediterráneas, a las conspiraciones del destino, siempre tan predispuesto a desbaratar los planes previstos por los hombres.

Los fenicios, marineros, comerciantes, y colonos de carácter pragmático, levantaron unos primeros puertos para ir así anclando las redes de sus siguientes intercambios, de sus negocios de materias esenciales o de lujo, telas, tintes, piedras, joyas, cerámicas. Aunque las primeras referencias provienen de las tierras del Nilo, que reunían a los pobladores de esta zona intermedia, situada entre los antiguos dominios del Rey Escorpión y las que serían después conocidas como las columnas de Hércules, para incluirlos como soldados en las filas de sus ejércitos. Este territorio estaba ya gobernado por la política de esas tribus que se adentraban en las regiones más inhóspitas y apartadas, las que asenderaban las rutas caravaneras –esta herencia tribal aún permanece y es uno de los motivos que se argumentan para recalcar la debilidad de la idea de Estado en esta nación–.

De esta primera época fenicia proviene la fundación de la ciudad de Trípoli, conocida entonces como Oea, y que significa tres ciudades (las otras dos fueron Sabrata –que conserva un anfiteatro romano espectacular– y Labda, rebautizada por los romanos con el nombre de Leptis Magna). Los griegos ocuparían territorios, desarrollaron el área de la Cirenaica y fundaron varias urbes importantes que impulsarían con su presencia el territorio. Después de dos siglos, cederían al empuje persa.

El hecho trascendental, el que marcó el rumbo de toda la zona, fue Cartago, el enemigo de Roma, el único poder que se atrevió a desafiar su hegemonía, que, con la familia de los Barca, una descendencia de militares osados, sin complejos, extendería su poder. Las guerras Púnicas convirtieron el norte de África en un tablero de estrategias que terminó con la destrucción de la capital cartaginense (en la actual Túnez y de la que no quedan ni los restos) y la anexión de Libia al imperio romano, que la convertiría las tierras de Libia en una provincia de su poder. Hay que saltar hasta el año 395, cuando se dividió esta tierra en dos partes. La cirenaica, que quedaría en manos del imperio Oriental y Trípoli, que quedaría en manos de Occidente. La decadencia de los césares y la caída de la Ciudad Eterna abriría un nuevo capítulo de invasiones y vicisitudes. Los vándalos, que llegarían a África a través de España, dominarían la región durante unos años. Justiniano recuperaría para Bizancio este territorio. Algo que resultó endeble y temporal, porque pronto llegaría de Arabia una fuerza política y religiosa imprevista que transformaría el mundo: el Islam. Con Omar I, Libia caería bajo los musulmanes.

Califas, emires y fatimíes gobernarían esta geografía de vacíos y horizontes, que fue siempre de paso, porque Kairouan, la mezquita más importante después de la Meca y Córdoba estaba en Túnez. España retomó algunas plazas, como Trípoli, pero el Imperio Otomano, con sus flotas de piratas, no estaba dispuesto a renegar de su influencia en el Mediterráneo y volcó su energía en mantener en su órbita este país.