Cataluña
La tormenta imperfecta
Es preferible que el presidente, que se observa a sí mismo como mártir, acabe de quemarse a lo bonzo durante el tiempo que reste. ¿Cómo dejar al margen la situación en la que se encuentra la política española tras las elecciones municipales y autonómicas y un PSOE a la búsqueda de la cuadratura del círculo? Bien es verdad que la resonancia que todo ello tiene en los medios estadounidenses (que son los que cuentan) es más bien escasa. Tampoco deja de ser significativo el hecho de que la visita de Obama a Europa se haya iniciado en Gran Bretaña, su socio habitual en los conflictos y antigua metrópoli, y finalice en Polonia, país fronterizo con Rusia, el viejo enemigo. Privan los intereses estratégicos sobre las posibles simpatías que pudiera haber despertado nuestro siempre jovial presidente del Gobierno. Otra cosa sería que el euro se convirtiera en un problema mayor del que ya es; es decir, que Grecia pereciera en el naufragio y arrastrara a los «rescatados», también «indignados», y éstos se llevaran consigo a quienes se tambalean: España, en primer lugar, aunque ya se mencionan a Bélgica e Italia. De producirse la catástrofe, Francia tampoco resistiría y la tormenta sería de órdago, difícilmente imaginable. Afortunadamente no estamos en esta situación y la mencionamos como la peor de las posibles. Porque, entonces, importaría poco si el PP consigue una mayoría absoluta en los próximos comicios o no. Por el momento, la situación que atravesamos es de tormenta aún imperfecta. La aplastante derrota del PSOE en las elecciones municipales y autonómicas (salvo las históricas y Andalucía, que viajan a su aire) ha puesto patas arriba al partido gobernante a la búsqueda de su perdida identidad.
Zapatero anunció ya que no sería candidato en las próximas elecciones, se anticipen o no. El candidato o candidata (uno o varios) se conocerá en pocos días u horas. Mientras tanto, sin haber llegado todavía al acuerdo que debía firmarse en el mes de marzo con las fuerzas sindicales y la patronal sobre reformas laborales –que reclaman los mercados con urgencia–, sin haber concluido la reforma o desaparición de las cajas y desconociendo si las autonomías que ahora alcanza el PP tienen deuda oculta, la socialdemocracia observa a sus vecinos. Zapatero, en todo caso, ha decidido apurar el cáliz hasta el final y cumplir el mandato ocupando la presidencia y la secretaría del partido. De modo que, tras las primarias, a las que se ha comprometido, se produciría una compleja convivencia. No es la mejor de las expectativas, pero las otras que se barajan tampoco dejan de presentar problemas, como la convocatoria de un congreso. Lo más grave es que la economía española ni crece lo suficiente ni se espera que lo haga en años. Ello supone que el paro no va a disminuir en tiempo y que la desconfianza de los mercados sobrevivirá, aunque el PP llegue a La Moncloa. La solución de convocar elecciones anticipadas tampoco le conviene a la oposición. Es preferible que el presidente, que se observa a sí mismo como mártir, acabe de quemarse a lo bonzo durante el tiempo que reste. El momento actual de la nación no es para quedarse de Tancredo: ver y esperar. Los meses que restan dejan al Gobierno y a su partido dividido y a la intemperie. Tal vez sería hora, para bien de todos, y con tormentas ajenas amenazantes, de llegar a acuerdos puntuales hasta que finalice la legislatura. Nadie debería desear que se sumaran a tantas inquietudes las de una política inestable. Ni favorece a los españoles de dentro ni a los mercados. Nos hallamos, pues, en el interior de una olla a presión y cociéndonos a fuego rápido. Tan sólo el turismo nos favorece y la llegada del verano, que puede retrasar los problemas un par de meses. En cuanto a las autonomías que han de decidir el vuelco electoral, todo parece indicar que Andalucía dejará de ser feudo socialista y pasará al PP; la situación en el País Vasco se ha convertido también en otro problema. El PNV, partido que parecía sostén del Gobierno, exige la dimisión de Patxi López, que se mantiene apoyado por el PP.
Pero han aparecido, con la fuerza de la novedad y el victimismo, los abertzales que han dado y darán, de momento, un vuelco político al panorama vasco. En Cataluña, CiU ha logrado, por fin, la alcaldía barcelonesa y una victoria que les fortalece para demandar a Madrid más dinero y poder autonómico, que es de lo que se trata. Y en Galicia las cosas no varían. Pero diez meses en política es una eternidad y se hará bien en no confiar. Desde la crisis de UCD, que acabó con Suárez y la descomposición de su partido, no se habían vivido momentos internos tan complejos. Porque a todo ello hay que sumarle la protesta juvenil que, aún desapareciendo, permanecerá latente y un descontento social (clases medias urbanas, emigrantes, trabajadores, agricultores y estudiantes) que va en aumento y que algún día asumirán las fuerzas sindicales, porque el acuerdo laboral resulta tan difícil de alcanzar, que el Gobierno se verá obligado a zanjarlo vía decreto. Nada ha surgido en el horizonte que nos permita augurar buenas noticias, aunque estos días que estamos atravesando constituyan el meollo. Podrían ser peores y hasta catastróficos, pero simplemente estamos viviendo el instante en el que hay que cortar el nudo. Sería pedir demasiado que en ello colaboraran todas las fuerzas políticas por el bien de todos. No se logró en su momento y tal vez ahora les parezca demasiado tarde.
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