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Jaime Ostos: «Me hicieron el acta de defunción»

En 1963 Jaime Ostos recibía una gravísima cornada en Tarazona. Los médicos lo dieron por muerto e, incluso, las portadas de los periódicos anunciaron su defunción. Estuvo casi un mes viviendo entre un mundo y el otro.

Jaime Ostos
Jaime Ostoslarazon

 Ya han pasado 48 años del percance. ¿Recuerda aquel día con nitidez?
-Totalmente. como si lo estuviera viviendo ahora mismo. Esas cosas no se olvidan nunca. Además, tengo una cicatriz enorme que se encarga de recordármelo constantemente.

-¿En qué parte del cuerpo fue la cornada?

-En la ingle, me partió la ilíaca. Estuve muchos días desahuciado, casi un mes, me pusieron doce litros y medio de sangre «al jeringazo» porque no había equipo de transfusión.

-¿Qué es eso de «al jeringazo»?

-Como le digo, la enfermería no tenía nada, tuvieron que ir a Tudela por las agujas para coserme, un desastre. Así que pidieron sangre en el pueblo y a la gente que venía a donar se la sacaban con una jeringuilla y luego me pinchaban a mí en la vena con la misma, directamente.

-¿Estuvo a punto de morir?

-No, estuve muerto. De hecho, tres médicos, alguno muy reconocido que bajó de la grada cuando vio la cornada, comenzaron a redactar el acta de defunción porque decían que no tenía pulso, las pupilas estaban dilatadas, la piel cerúlea y la nariz perfilada. A mí me salvó Ángel Peralta que fue el que mientras ellos se apartaban para escribir el acta me taponó la herida y se encargó de pedir sangre. Todo se lo debo a él.

-¿Y recuerda algo de aquello?

-Cuando me recuperé hablé con algunas personas de las que estaban allí y se quedaron atónitos porque yo sabía todo lo que había pasado, lo había visto. Yo me veía en la camilla, a los médicos, a Ángel… Los veía y los oía, como si estuviera fuera de aquello.

-¿Y qué sentía en ese momento?

-Me sentía muy a gusto. Después de aquella cornada entendí que los romanos se suicidaran cortándose las venas mientras se bañaban en agua caliente. Se siente un placer y una paz imposibles de describir.

-¿Y vio el túnel del que tanto hablan?

-Yo túneles y luces blancas no vi, noté que me trasladaba a otro sitio. Yo veía mi cuerpo inerte en la camilla pero cada vez me sentía más lejos. Y en esa transición de la vida a la muerte estaba rodeado por una gama de colores que, por mucho que después he querido captar fuera, no lo he conseguido.

-¿Ahora le teme a la muerte?

-En absoluto, menos que antes. Yo ya sé que la muerte no es un sufrimiento. Es un trance muy agradable.