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El Trotski más sanguinario

Aquel piolet violento privó a la Revolución soviética de uno de sus padres y mostró al mundo qué entendía Stalin por comunismo y dictadura del proletariado. Ramón Mercader terminó con la vida de León Trotski en aquel México del exilio y el retiro que se había buscado el ruso. Era 1940 y el catalán privaba a la historia de someter al líder bolchevique al juicio incontestable de los hechos.

Trotski en noviembre de 1920
Trotski en noviembre de 1920larazon

Una muerte oportuna ha salvado a muchos hombres de la pesada sombra de su pasado y éste es uno de los casos más elocuentes. El historiador Robert Service, especializado en la revolución de 1917, rescata su figura de la confortable exedra que custodiaba su retrato y lo muestra bajo una luz distinta en una voluminosa biografía de más de quinientas páginas sin concesiones que publica ahora Ediciones B. Para trazar cualquier semblanza se requiere, primero, alejar al personaje de los tópicos de la historia oficial. Y eso ha hecho él. Su Trotski no encaja con la imagen complaciente que los seguidores suyos se han empeñado en legarnos.

Bajo el impermeable de su leyenda asoman los perfiles reconocibles de una personalidad egocéntrica. Las trazas de un mujeriego incorregible. La soberbia de un intelectual que le llevó a menospreciar a quienes tenía a su alrededor (algo que le terminaría costando muy caro). Para los detractores de Stalin, Trotski siempre representó la revolución traicionada. El verdadero espíritu de un sueño que se truncó por las ambiciones y las rencillas personales. Service aparta esa ida para brindarnos el paisaje desnudo de espejismos y de ficciones.

Ajedrez político

Trotski era un idealista que deseaba alcanzar las propias metas que se había prefigurado y que no dudó en cerrar el puño y aplicar, como sus compañeros de partido, la mayor de las severidades, como demostró cuando se encontró al frente del ejército. En la Revolución Rusa son célebres los asesinatos de Lenin, las masacres de Stalin, pero Trotski tampoco era un santo y, como los dos anteriores, también empañó sus manos con sangre innecesaria, como revela el historiador. Ese ajedrez político que improvisaron Stalin y Trotski sobre los escaques que ofrecía la Rusia post-zarista, hundida en el fuego de los rifles y las primeras depuraciones, se resolvió a favor del primero cuando Lenin, al final, falleció. Su miedo le condujo a planear el atentado de su rival. Tardó, pero, al final, lo consiguió a través de un catalán con la personalidad tiranizada por una madre dura, con más oscuridades que claros. Servive se remonta a la infancia de Trotski para comprender la deriva intelectual y describir la trayectoria de su biografía.


El asesinato
Probablemente, sin esa muerte violenta que le sorprendió en su estudio, Trotski sería menos Trotski. El escritor Leonardo Padura, en su novela «El hombre que amaba a los perros» (Tusquets), se aventuraba en la figura de Ramón Mercader a través de una ficción donde el relato de la historia invade cada línea del libro. Ahí cuenta la deriva de un asesino hasta que se encuentra con su víctima. También se aproxima a Trotski, a esa vida plagada de dificultades y discursos que le condujo a México para refugiarse de un destino inevitable.