Viena
Viena: Paseos con sabor imperial
Andar por las calles de la ciudad de Viena es recordar aquellos tiempos en que la urbe era verdaderamente el centro de un imperio, el austrohúngaro; aquel que cobró luz y esplendor con la llegada de la emperatriz Elisabeth, más conocidad como Sisi, y que aún se conserva en la arquitectura de sus edificios y en el diseño de sus parques y jardines.
Desde la catedral de San Esteban uno puede tomar la calle que lleva a la iglesia de San Pedro, y desde ahí dirigirse a la zona palaciega. Merece la pena la visita a las estancias y observar la cantidad de vajillas, cuberterías y juegos de mesa que resisten al paso del tiempo. Y que, a su vez, sirven para evocar cómo debían ser en aquella época las fiestas y las reuniones: fastuosas y pomposas. No faltan las vajillas delicadas, las finas cristalerías de Bohemia y las cuberterías de oro para las ocasiones especiales.
Para conocer más la ciudad, hay que caminar, y mucho. Acercarse a la zona de los museos y el ayuntamiento, donde impresionantes mercadillos inundan de purpurina y color sus parques. Si se visita en otra época del año, como el otoño o la primavera, uno puede aprovechar para descansar en ellos. Las calles Wiener Ringstrasse, Opernring, Schubertring, Parkring, Stubering, Schottenring y Franz-Josef-Kai configuran un anillo alrededor del centro de la urbe.
Imperdonable sería irse de Viena sin visitar su famosa ópera, donde se estrenaron las obras más relevantes del siglo XIX. Y, por supuesto, pisar y sentarse –aunque sólo sea durante la explicación de la guía– en una de las sillas testigo del Concierto de Navidad, que tiene lugar en la sede de la Filarmónica de Viena. A más de uno le sorprenderá lo reducida que es la sala, y es que la tele engaña a los sentidos.
De recuerdo, nada mejor que una original tarta Sacher. Un consejo: comprarla en el hotel que le brindó el nombre, pues en el aeropuerto es más cara, y vienen bien preparadas para el viaje.
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