Literatura

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Pushkin y su amor a España

El Museo del Romanticismo presenta una exposición sobre este movimiento en Rusia, con especial referencia a Pushkin, un enamorado de España 

Pushkin y su amor a España
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L a figura de Alexander Sergueyevich Pushkin (1799-1837) reúne tantas peculiaridades que parece más surgida de la mente de un novelista que del registro frío de las fuentes históricas. De entrada, Pushkin no era un eslavo puro como cabría esperar del creador del ruso moderno. Por el contrario, por sus venas corría la sangre de un paje negro que había servido a las órdenes del zar Pedro el Grande. También se distanció con cierta rapidez de una visión eslavófila –una circunstancia que sería aprovechada por los bolcheviques para presentarlo de manera exagerada como un opositor al régimen zarista– para abrazar una posición política de carácter liberal. Sin embargo, a pesar de encajar tan mal en lo que cabría esperar de un nacionalista ruso, lo cierto es que Pushkin amaba entrañablemente a la tierra que lo vio nacer.
Le molestaba el uso que la aristocracia hacía del francés como lengua de comunicación –un uso que persistía en épocas posteriores, como se puede ver en Tolstói– y decidió dotar al ruso de una altura literaria de la que había carecido hasta entonces.
Dotado extraordinariamente para la poesía, Pushkin no sólo escribió en verso una de las mejores novelas de la Historia universal – «Yevgueñi Oñeguin»– sino que redactó una considerable cantidad de poemas que todavía son memorizados por los escolares rusos. En ese deseo por crear una lengua nacional –algo que España o Italia habían logrado en el paso de la Edad Media a la Moderna–, Pushkin se esforzó no sólo en sentar las bases de la poesía, sino también las del teatro. Como Shakespeare, Molière o Lope, Pushkin captó inmediatamente que pocas cosas sustentan más la identidad nacional que un teatro propio. Lógicamente, Pushkin se detuvo, primero, en temas nacionales como el episodio de Borís Godunov, un zar de dudosa legitimidad que excitaría durante siglos el alma artística de los rusos.
En esa búsqueda, Pushkin se topó con la literatura española del Siglo de Oro, un pozo de belleza y creatividad que, a la sazón, había sido olvidado en favor de los textos franceses. A pesar de que no era lo que se esperaba de un hombre a la moda, Pushkin quedó atrapado por arquetipos españoles como Don Quijote y Don Juan. La obra de Cervantes lo cautivó hasta tal punto que inspiró la figura de «El pobre caballero», protagonista de uno de sus poemas más populares, o el personaje de Griniov en «La hija del capitán».
De hecho, en este último caso, Pushkin llegó a definir a su criatura literaria como «un Don Quijote de Bélgorod». En el caso del Don Juan, Pushkin se valió de «El burlador de Sevilla» de Tirso de Molina, para escribir un drama de título bien claro: «El convidado de piedra».
La influencia española entraba en la literatura rusa y ya no saldría jamás. Poco halagüeño sería el destino del escritor. Al parecer su esposa deseaba librarse de él y, para conseguirlo, urdió con su amante una trama en la que se vio envuelto el escritor aceptando un duelo en el que perdió la vida. Se trataba de un final que, por lo trágico, podría haber sido español.