Crisis en Túnez
Esperando a los bárbaros
El presidente de la asociación de víctimas americanas del atentado que reventó un avión de la PANAM bajo el cielo de Lockerbie dijo: «Lo único que nos satisfaría, y no plenamente, es que nos trajeran la cabeza de Gadafi en una bandeja. Entonces pasaríamos de largo y quizá le escupiéramos desde lejos». Luego, el Gobierno británico aceptó una indemnización de 10 millones por cada uno de los asesinados. A cambio rehabilitó al líder libio, brindándole un barniz de dictador exótico, reconducido hacia la bonhomía por la tozudez lúbrica del petróleo y el gas. En sus horas postreras, Gadafi arrastra al mundo occidental haciéndose cita de William Faulkner: «Nadie puede curarse de su pasado». Éste, como Mubarak o Ben Alí, era un dictador descontado. Nuestros dirigentes también tienen pasado. Y por poco que dure este flash en el que vemos la explotación de los que están bajo nuestras botas, será imposible destruir todo el álbum de fotos. Los besos de la dirigencia occidental con el insoslayable Gadafi; con él y con todos los de su jaez, que han conformado exitosas franquicias de sangre y oprobio… Occidente se ha venido beneficiando sin intención de hacer examen de conciencia ni sentir dolor de corazón. Como todavía faltan algunas letras para rellenar el artículo, dejémoselas a Kavafis y el final de su inquietante «Esperando a los bárbaros»: «Porque la noche cae y no llegan los bárbaros. Y gente venida desde la frontera afirma que ya no hay bárbaros. ¿Y qué será ahora de nosotros sin bárbaros? Quizá ellos fueran una solución después de todo».
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