Barcelona

Dedicado a Joan Miró

La biblioteca personal del pintor guarda dedicatorias inéditas de genios del siglo XX. 

Dedicado a Joan Miró
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No es un tópico afirmar que se puede conocer a una persona por sus lecturas. En el caso de Joan Miró se suma que muchas veces ha sido comparado con un poeta. En la aparente simplificación de sus formas hay una manera de trabajar que encierra a un amante de la lírica.

Algo de todo eso también se podría intuir mirando los 1.783 libros de su biblioteca personal, hoy cedida en depósito por sus herederos a la Fundació Joan Miró, en Barcelona. LA RAZÓN ha consultado algunos de los ejemplares de ese fondo, sobre todo aquellos firmados y que nos aportan un poco más de conocimiento sobre las amistades del artista con compañeros de pintura y de literatura.

Resulta curioso constatar como desde pronto, a mediados de la década de los diez, aparecen algunos libros rubricados para Miró por autores que ya empezaban a forjar las vanguardias en Cataluña. Son los casos, por ejemplo, del pintor Joaquín Torres-García y el poeta Joan Salvat-Papasseit quienes dejan sus rúbricas en «L'art en relació amb l'home etern i l'home que passa» y «Poemes en ondes hertzianes», respectivamente.

Pero son los compañeros delo grupo surrealista quienes mejor demuestran su admiración por Miró en sus libros. Paul Éluard sitúa al pintor «al límite de un color y de una línea». Por su parte, Tristan Tzara se atreve como dibujante y René Char improvisa su simpatía hacia el artista escribiendo una suerte de poema titulado «Reconaissance à Miró». Mención aparte la merece la dedicatoria de Louis Aragon en «La peinture au défi», un catálogo de la exposición de 1930 en la Galerie Goemans de París, con obras de Braque, Picasso, Gris, Picabia, Dalí o el propio Miró. Aragon lo define como «hermoso como el alquitrán».

Del Miró de los años 20 en París, también queda rastro de sus lecturas y amistades. Algunas que no lo fueron como lo demuestra el ejemplar intonso y sin firma de un «Ulises» de Joyce, editado en 1930. Sí estampó su rúbrica Ernest Hemnigway en una copia en francés de una recopilación de sus cuentos «Cinquante mille dollars», editada por Gallimard en 1928, poco después de que el escritor comprará la célebre tela de Miró «La masía».

Hay también en esta biblioteca rastros de la admiración de otros dos ganadores del Premio Nobel hacia el pintor. El siempre discreto Vicente Aleixandre, se califica como «devoto» de Miró en la nota que deja en su poemario «Antigua casa madrileña». Más extenso es Camilo José Cela en el momento de dedicar «La familia de Pascual Duarte» al pintor y entonces vecino suyo en Palma de Mallorca. El texto es una carta abierta al artista. Poco antes Cela había apuñalado un cuadro de Miró que resultó falso, pero una vez zurcido fue repintado por el artista.

«¿Se acuerda de aquel cuadro que apuñalé en su presencia? su herida –aquella herida que, casi con mimo, le produje– cerró los chorros de la sangre de mi decepción. (...) La luna color naranja que flota, algunos atardeceres, sobre los montes que quedan por encima de su casa, no es más cierta y verdadera», escribe Cela.

Una mención aparte, la merece la presencia de Rafael Alberti y María Teresa León. La pareja fue buen amiga de Miró y el poeta realizó con el artista una carpeta «Miró/Rafael Alberti», realizada en Roma en 1967. El autor de «Marinero en tierra», en vez de una dedicatoria, dejó en el libro una copia manuscrita de un poema que empieza con los versos «Oh la O/ de Miró».