Valladolid
Asesinos por compasión por Francisco Pérez Abellán
Esta semana que termina ha traído el horror a los españoles con la noticia de la triple muerte de unos niños en Boecillo, Valladolid, presuntamente a manos de una cuidadora que, según la Guardia Civil, podía haber actuado bajo el síndrome del homicidio por compasión.
Los niños, al parecer afectados de parálisis cerebral, con graves defectos de movilidad, fueron asfixiados con papel de envolver transparente o con bolsas de plástico mientras dormían, según los primeros datos de la investigación. La mujer imputada, de 55 años y ascendencia uruguaya, fue encontrada en la bañera con múltiples heridas, previsiblemente por haberse querido suicidar. Interrogada por los agentes, afirma no acordarse de nada excepto de que quería quitarse la vida.
Los hechos sucedieron en una residencia para niños discapacitados que dispone en Boecillo, Valladolid, la organización Mensajeros de la Paz, dirigida por el padre Ángel. Vaya por delante mi admiración personal por Mensajeros de la Paz y mi devoción por el padre Ángel, que es un verdadero santo. Si le ha ocurrido esto, que no es el primer acto de violencia que tiene lugar en uno de sus centros, es sólo porque tanto el padre como la organización batallan con los casos más difíciles y ofrecen su ayuda, llena de comprensión y caridad cristiana, en cuanto llevan a cabo.
Dicho esto, la cuidadora de los niños, con su despertar de la inconsciencia diciendo que no se acuerda de nada y con episodios al parecer de depresión, estaría lejos de entrar dentro de la casuística de los crímenes por compasión, que son aquellos en los que el que mata lo hace para evitar el sufrimiento de la víctima. Por ejemplo, en casos de vida terminal, enfermedad incurable, invalidez grave, dolencia irreversible… O si se trata de un suicidio ampliado, como es el caso de la madre que elige morir y no quiere abandonar a los hijos, posibilidades que aquí no se dan.
Muerte artesanal
En mi opinión, éste es un asunto en el que nos encontramos con una persona profesional que se dedica al cuidado de niños dependientes desde hace unos cinco años, que sabe que presta su trabajo para mejorar las condiciones de los pequeños y conoce el bien que hace con su labor. Otra posibilidad es que nos encontráramos con un brote de locura, como apunta el padre Ángel en su bondad, puesto que le parece imposible que alguien haga algo como esto sin estar loco.
Lo que ha ocurrido ahora en Boecillo, más que una falsa solución a los problemas de los pequeños discapacitados, muy queridos por todo el equipo de la fundación –uno de ellos iba a ser adoptado por otra de las cuidadoras–, es más bien una acción de la presunta, que, de confirmarse, la igualaría a los llamados «ángeles de la muerte», homicidas múltiples que matan a pacientes porque les molestan o les repugnan. En Austria se descubrió a todo un turno de hospital compuesto por tres enfermeras que mataban a los ingresados en urgencias porque les daban demasiado trabajo. De momento el juez la ha mandado a prisión. En Olot se descubrió a un celador que envenenaba a los ancianos inyectándoles líquidos corrosivos en la garganta con una jeringa.
Eran tres niños, de tres, nueve y catorce años, a los que dieron muerte uno tras otro, de una forma compleja, en la que hubo que manipular sus caras para envolverlas, lo que marca una acción exterminadora artesanal, con fuerte implicación personal de la supuesta autora y gran dosis de poder narcisista.
La sociedad española, con la frecuencia de sus asesinos complejos, se iguala a las más difíciles de su entorno, mientras que sus mecanismos de prevención y atención de seguridad a los ciudadanos, a la espera de que los criminólogos ocupen los lugares que les corresponden, se quedan anclados por mor de políticos incapaces, en los tiempos en los que Monchito mataba para comprarse un acordeón.
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